EL CRÉDITO Y LOS BANCOS

El crédito no es una dádiva, ni un donativo. Las entidades de crédito no son sociedades de beneficencia. Son sociedades con ánimo de lucro. El crédito no fluye espontáneamente. Pensar eso es puro voluntarismo y éste, en economía, no existe. El crédito supone siempre un riesgo; el que lo recibe, asume el riesgo de no poder devolverlo y el que lo concede, el de no poder recuperarlo.
El riesgo, expuesto, no se da en las operaciones al contado, es decir, cuando la prestación y la contraprestación se realizan simultáneamente. El riesgo se mantiene durante el tiempo que transcurre desde que nace la obligación hasta su cumplimiento. El crédito, por otra parte, nunca es gratuito; el interés o su remuneración se justifican porque el concedente se ve privado de su dinero durante el plazo convenido y el que debe pagarlo disfruta del dinero recibido durante ese mismo plazo.
El anterior argumento sirvió para justificar el préstamo con interés, rechazado por Aristóteles y la doctrina católica hasta principios del siglo XIX. Santo Tomás, remontándose al Antiguo Testamento, donde se dice “presta libremente sin esperar nada a cambio”, hizo suya la idea de Aristóteles de que el dinero es “estéril”, es decir, no pare crías. Si el riesgo es inherente al crédito, es lógico que se le conceda más fácilmente a quien esté “acreditado”. De ahí arranca la definición de banco “como paraguas en día de sol”.
El crédito debe darse al que lo necesite y demande, siempre que el que lo reciba ofrezca cierta esperanza o expectativa de solvencia y que el crédito se destine a empresas, ideas o proyectos viables y socialmente útiles. De lo contrario, se volvería a caer en la expansión desorbitada del crédito que provocó la “burbuja inmobiliaria” y con ella la crisis de las entidades que tan alegremente la favorecieron. El “boom” de la construcción alcanzó tal desarrollo por el turismo, la inmigración y la fiebre consumista que el exceso de la oferta no pudo ser asimilado ni absorbido por el mercado. Ante el abuso cometido y sus negativas consecuencias económicas, sociales y políticas, se pretende ahora rectificar, restringiendo el crédito, lo que colapsa la economía, frena el crecimiento y no fomenta el empleo.
Ante el elevado índice de morosidad y la escasa capacidad de endeudamiento de la población y las empresas, debido al paro, la pérdida de poder adquisitivo y el bajo nivel de los salarios, por los contratos temporales y a tiempo parcial, los bancos optaron, como negocio más seguro y rentable, por coger dinero barato del Banco Central Europeo y colocarlo a interés más alto en deuda del Estado, con evidente perjuicio para la economía real privada de esa financiación. El crédito, en fin, supone un riesgo; pero es necesario para financiar la actividad económica. Al Estado corresponde velar por la solvencia del sistema financiero y facilitar con medidas adecuadas el acceso al crédito de las empresas y particulares.

EL CRÉDITO Y LOS BANCOS

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