La ambigüedad de los políticos

La claridad, según Ortega, “es la cortesía del filosofo”. Pues bien, lo que para el filósofo es una gentileza o un acto de cortesía, para el jurista es una exigencia ineludible y para el político debe ser una obligación.
Sin embargo, los políticos no se caracterizan por hablar claro a sus ciudadanos; más aun, se esfuerzan en disimular y disfrazar sus verdaderas intenciones e incluso sus aptitudes, capacidad y posibilidades, en un marco de promesas y proyectos tan sugestivos como inviables o de difícil cumplimiento.
Por eso se sirven de la ambigüedad, que consiste en “comportamiento, hecho, palabra o expresión que pueda entenderse o interpretarse de distinta manera”.
La ambigüedad es la práctica preferida de los políticos. Les sirve de parapeto para “nadar y guardar la ropa”, es decir, para esperar a “verlas venir” o comprobar “como sopla el viento” antes de decidirse a la acción.
La ambigüedad suele ser deliberada, a diferencia del error que es involuntario.
La ambigüedad busca eludir el compromiso directo; se refugia en el “según” o el “quizá”. En definitiva “habla” pero “no dice”; vive en la tierra de nadie, sin asumir ningún compromiso; denota inseguridad y falta de convicción política en quien la practica, respecto a lo que piensa, dice y desea.
El mejor argumento que demuestra la obsesión por la ambigüedad de los políticos, es haber inventado “lo políticamente correcto”, que en definitiva, es aceptar como correcto únicamente lo que nos favorece e incorrecto lo que afirman o interpretan nuestros oponentes o disidentes.
Es lo que se llama “arrimar el ascua a la sardina” o aceptar solamente las interpretaciones propias o “pro domo sua”.
La expresión “políticamente correcto” es un sofisma y una forma interesada y partidista de juzgar e interpretar las ideas y propuestas de las distintas formaciones políticas y de sus líderes, según la óptica y posición de cada uno, con relación a sus contrarios.
Pero todavía es más grave cuando en la interpretación y aplicación de una norma, clara e inequívoca, se quiere aplicar la ambigüedad para adaptarla a nuestros intereses y conveniencia.
Esto es lo que está ocurriendo con el artículo 99 del texto constitucional que obliga al candidato propuesto a Presidente del Gobierno a someterse al voto del Parlamento.
Como es sabido la regla de oro de la interpretación se refleja en la expresión latina “in claris non fit interpretatio”, según la cual cuando la norma es clara no necesita interpretación.

La ambigüedad de los políticos

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