COMUNICAR EL ÉBOLA

Tras ocho días conviviendo con el primer caso de ébola contagiado en España, se ha escrito ya casi todo y en todas las direcciones posibles. En lo único en lo que parece haber consenso es en que –además de que las medidas de seguridad y la palabra más repetida esta semana, protocolo, fallaron– el error más grave en esta crisis ha sido lo mal que se ha transmitido.
En la era de las redes sociales y la comunicación interplanetaria al segundo, parece que hay cosas de primero de Periodismo que todavía no hemos aprendido. El primer problema fue la puesta en escena de la rueda de prensa en la que se comunicó el contagio, con demasiados expertos convocados para transmitir la idea de “no pasa nada” y mensajes no verbales contradictorios, como el luto riguroso y el rictus de la ministra de Sanidad, Ana Mato, durante su comparecencia. A partir de ahí, parece que en el Gobierno no hay sitio para asesores de comunicación sensatos o, lo más probable, que nadie decide hacer demasiado caso de sus consejos. Y eso implica desde la verborrea del consejero de Sanidad de Madrid hasta el hecho de que la enfermera enferma se enterase mejor por los medios de comunicación de su pronóstico que por quienes la estaban atendiendo.
Pero no solo el Gobierno ha cometido errores a la hora de informar. Los medios también han metido la pata. Dejando al margen el hecho de tener que pagar favores debidos y los titulares más o menos desafortunados que suelen acompañarlos, las imágenes de Teresa Romero en su habitación no deberían haber salido a la luz. La intimidad de la paciente merece ser respetada y esas fotografías no aportan más datos al lector o espectador que la de saber que continúa convaleciente en el hospital.  
La mala gestión de comunicación en esta crisis, lejos de ayudar a entender el problema y a informar al público de cómo se transmite la enfermedad, ha creado una alarma social mucho más contagiosa que el virus. El miedo llega, incluso, a los colegios de Madrid, en donde los padres ya no invitan a los cumpleaños infantiles a los hijos de las enfermeras del Carlos III y hasta quieren prohibir que vayan a clase.
Los laboratorios trabajan, ahora más que nunca, para hallar un remedio eficaz contra el ébola. Por desgracia, la vacuna contra la ignorancia aún no está inventada.

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