TRECE MILLONES

Hay números que quisiéramos que no existiesen. Son cifras que revelan, sin embargo, lo más evidente y que, dado su exponente, atemorizan más de lo que asustan. Trece millones como mínimo es, por ejemplo, el número de personas que la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social estima que se encuentran al límite de sus posibilidades; en otras palabras, al margen de la sociedad por sus escuetos, o nulos, ingresos.  
En porcentajes, esos que tanto gustan a la clase política en general, significa que el 28,2% de la población de este país se halla en situación de exclusión social. Que el 70 por ciento de estas personas asume un riesgo moderado de pobreza, que en el 19% de los casos este es alto, que en un 10% es muy alto y que para un 1% es extremo. En resumen, más de trece millones de ciudadanos españoles viven una situación de pobreza relativa, lo que impolica que lo hacen con unos ingresos inferiores a 7.500 euros al año.
No se queda ahí la cosa. Si en el conjunto de la Unión Europea la tasa de pobreza solo se elevó entre 2007 y 2012 en seis décimas, hasta situarse en el 25%, en España lo hizo en casi cinco puntos, pasando en el mismo periodo de un 23,3 a un 28,2 por ciento.
Mayor elocuencia, imposible. Se puede argumentar aun así que las cifras se corresponden con los años álgidos de la crisis económica y cabría esperar, en buena correspondencia, que la estabilización de esta y la evidente recuperación de los mercados, aunque lenta, pueda aportar datos menos ofensivos al conjunto de la sociedad española. Pero lo que alarma es precisamente ese diferencial entre la media comunitaria y la española, lo que indica, como es habitual en tantas otras cuestiones, que seguimos a la cola de la recuperación solo teniendo como base de análisis tal distancia.
Aunque el perfil de quienes se encuentran en esta situación sigue pautas consecuentes con las dificultades inherentes a la obtención de un puesto de trabajo, es más que evidente el hecho de que las políticas sociales y de recuperación de empleo, así como las educativas, son más que insuficientes o, lo que es peor, resultan erróneas. En la práctica política al uso –sobre todo cuando se ostenta el poder–, la lectura será bien diferente, aunque reconozca mínimamente los hechos. Y todo ello pese a que en medio de tan voraz realidad se han sucedido –y continuarán haciéndolo– los casos de corrupción política, de usurpación del compromiso con la sociedad, del engaño y la difamación, pero sobre todo, de la negativa visceral a no asumir lo que acontece y ponerle, de una vez por todas, remedio.

TRECE MILLONES

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