TRAGEDIA SE QUEDA CORTO

Es, en eso coinciden todos los medios, todas las opiniones, una tragedia. Algo inexplicable, inasumible incluso como error humano y no digamos ya si es de carácter técnico. Sobre todo viendo las impactantes imágenes del tren acercándose a toda velocidad. Da la sensación de que ningún día como el del miércoles volverá a parecerse a otra víspera del Día del Apóstol, o de Galicia, o de la Patria, como quieran llamarlo, que tanto tiene y que tan poco importa ahora, pendientes como estamos de que los muertos sigan o no aumentando y de que las secuelas de los heridos, las físicas, no sean incluso mayores que las que dejará en el alma y en la mente. Ni tan siquiera el 25 de julio volverá a ser igual en Galicia, al menos por mucho tiempo, no tanto si acaso como el que cabría esperar para tanto como alcanza el sufrimiento y los sentidos, pero evidentemente habrá que conmemorar algo más que conceptos políticos, tradición y fiesta.
La fiesta. Eso es otra cosa. Ayer por la mañana, cuando todavía esperábamos que, de una vez por todas, finalizase el goteo de fallecidos, el estallido de cohetes y bombas de palenque se trasladaba aquí, en esta ciudad de Ferrol en la que habitamos, en donde también ha habido muertos, heridos y algún milagro, a través del mismo viento que rompía a toda velocidad el tren de la tragedia.
Somos en parte así. Sentimos el dolor pero nos ausentamos de él como si la huida pudiese aliviar algo el sentimiento. Somos tan capaces de los hechos más insustanciales como ausentes a los que más huella dejan. Poco importa, al menos a estas alturas, saber a qué se debió, cuáles fueron las causas, qué es lo que falló o qué no se hizo; o que se hizo que no debiera de hacerse. Las víctimas, los muertos y los vivos, permanecen ajenas a lo sucedido. Solo saben que ocurrió y que ellos, y los que dejan, estaban allí, irremediablemente en el momento en que ya no había marcha atrás, en el instante en que alguien se levantó del asiento para acudir a la cafetería y allí perdió la vida cuando, si no lo hubiese hecho, si hubiese esperado a la llegada, a apenas minutos de distancia de que todo siguiese igual, el fragor de los hierros y el impacto brutal no hubiesen desecho todo cuanto tenía que seguir, como si el curso natural de este río que es como la vida, con más o menos caudal, se viese interrumpido.
Hay tragedias que no se olvidan, ni se olvidarán nunca. Son todas crueles, tanto las propiciadas como las inesperadas; pero nunca son como el adoquín levantado de la acera en el que tropiezas en un simple paseo sino como aquel otro que hace que te golpees la nuca contra el bordillo y ya no estés. Los abrasados en los Alfaques, los ahogados en riadas inesperadas, en la rotura de presas... Estamos aquí, siempre para recordarlas...

TRAGEDIA SE QUEDA CORTO

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