El republicano monárquico

El discurrir de la Historia va ligado, entre otras muchas cosas, a los cambios generacionales. Ese estado de transición mental y, más que nunca hoy en día, tecnológica que define la evolución social está más ligado a la ley de vida que, tal vez en demasiadas ocasiones, al pensamiento racional. Los cambios sugieren impacto, quiebra, ruptura y, en consecuencia, temor, ya que toda mudanza mental experimenta por naturaleza el concepto de la duda ante lo desconocido. Porque por conocer estaría, por ejemplo, el resultado de un cambio de modelo de Estado en este país, eso que se demanda, aunque con menos ímpetu en la calle del que se transpira en los cenáculos, tertulias y las comidas ante los telediarios, desde el anuncio de la abdicación del Rey y el proceso de proclamación del que será Felipe VI. Por conocer está también qué deparará ese evidente cambio generacional, que acabará incluso por desbancar, e incluso hacer olvidar lo que hasta ahora se conocía en España como el “felipismo”, que no será ya el del primer presidente socialista de este país sino el del Rey en ciernes, como hasta ahora no lo ha sido exclusivamente la Monarquía sino eso otro que se ha dado en llamar el “juancarlismo”. Personificaciones todas ellas ligadas a la individualidad pero, a un tiempo, correspondientes con el estado social de la comunidad, que es en definitiva a la que sirven.
La Historia depara en cualquier caso no solo incógnitas sino también incongruencias. Y es que no solo la izquierda política que todavía lo sigue siendo puede hoy perpetuarse bajo la definición de republicana. Sorprendería saber que tanto en lo que todavía se define centroizquierda como, sobre todo, en lo que ha vuelto a ser la derecha, el republicanismo se lleva por dentro, aun cuando lo que se defienda, porque se entiende que en estos momentos es lo apropiado, sea una simple y llana nueva etapa, un capítulo más de la Historia a rellenar con el menor número de imponderables posibles.
Es lo que se podría llamar muy fácilmente el republicanismo monárquico. En la práctica, se trata de diferenciar entre la convicción y la conveniencia, palabras compuestas por un buen número de letras coincidentes pero que distinguen, como se está demostrado, la necesidad –en especial en las grandes fuerzas políticas– de la lógica evolución. Sobre todo porque este país lo constituye básica y esencialmente una generación dominante a caballo entre la dictadura y la Constitución de 1978, es probablemente indispensable, y puede que hasta necesario, esperar a la siguiente para afrontar modelos que todavía algunos, afortunadamente los menos, se empeñan en relacionar con el fracaso y el caos. Ni estamos en el 31, en donde, por ejemplo, el índice de analfabetismo de este país superaba ampliamente el de cualquier otro de Europa occidental, ni tampoco tenemos al parecer las suficientes armas –esta vez intelectuales– para procurar un cambio que, evidentemente, ha de llegar.

El republicano monárquico

Te puede interesar