Puntuar a la baja

Esto de las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) debe de ser algo así como esperar en la cola del bus, que nunca sabes, según a qué horas y dependiendo de la frecuencia, si el viaje lo vas a hacer sentado o de pie. Suele pasar incluso que cuando se va cerca hay sitio y, por algún extraño motivo, cuando no lo hay, todos se bajan además en la última parada. Da igual que haya parturientas, ancianos o disminuidos funcionales, que lo usual será que nadie se levante, que para eso está la ventana, para mirar.
No hace mucho –herencias las hubo siempre y al menos alguno sabrá a qué obedecían– todavía se leían, al menos en los autobuses ferrolanos, la leyenda “reservado para caballeros mutilados”, aunque pocas veces se veía a alguien ocupar tales asientos. Las similitudes, por algún motivo, parecen correctas teniendo en cuenta los aspectos sociológicos. Y es que asumir que el 91 por ciento de los encuestados no confían en uno debe ser duro, muy duro, tanto como sentarse en un banco por cuestiones ajenas a uno mismo, o peor aún, no encontrar dónde sentarse. A escasos días de que el Ejecutivo de Mariano Rajoy pase el ecuador de su mandato, más dramático que el hecho de que un Gobierno haya acometido las más radicales, injustas y esotéricas medidas que este país haya podido conocer, lo es que el principal partido en la oposición no sea capaz ni de ejercer aquello para lo que está llamado. Porque es evidente que lo de que el sr. Rubalcaba concite tan desmedida aversión por parte del supuesto electorado guarda más relación con la escasa dimensión del partido que lidera que con su propia persona. En los lodos nos movemos sin embargo cuando ni la bota sirve para evitarlos.
No hablemos ya de lo que, en general, pensamos de todos los políticos, sin excepción, porque en la lectura que se les otorga a los respectivos líderes se engloba, de alguna forma, más  cercana o más lejana, lo que nos dicen los más próximos, que no es mucho teniendo en cuenta la media. Vamos, que ni el ministro Wert, con toda su enquistada lectura sobre lo que debe ser la enseñanza del futuro en este país, se atrevería a puntuar tan bajo, no fuese a ser que las aulas, incluidas las políticas, se quedasen vacías más o menos con la misma rapidez con la que los que nos representan tropezaban y se aturullaban en el Congreso el pasado jueves para no perder tren o avión, o el circunstancial vehículo de un amigo o correligionario que llevase el mismo camino e idéntico destino.
Puntuar a la baja es lo que tiene. Que, por un momento, hasta nos sentimos capaces –vivos– de que nuestra opinión sirva de algo, ya que no vale, por lo que se ve, para que cambie nada, ni el paro ni la falta de trabajo, ni los recortes ni las leyes distintivas. Lo increíble es que nadie saque el aprobado, ni tan siquiera los que suben nota a costa de los que la bajan.  

Puntuar a la baja

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