PECES GRANDES Y CHICOS

Lo peor que puede sucederle a un partido político es quedarse sin fuelle. Sobre todo cuando el aire que lo alimenta está basado más en lo que han hecho los otros que en lo que afecta al interesado. La estrategia del partido en el Gobierno en relación con el caso Bárcenas no es exactamente la apropiada, teniendo sobre todo en cuenta lo difícil que parece resultar tomar la simple decisión de comparecer en el Congreso de los Diputados por simple sentido común, o de la necesidad, si se quiere. Es, sin embargo, oportuna, como casi todo en este mundo, desde el punto de vista de tratar de desviar o minorizar toda atención con escándalos tan sonoros y elocuentes como el de los ERE de Andalucía, en el que, por lo que parece, también brillan los especialistas en escurrir el bulto. En cualquier caso, el aire que alimenta el fuelle al que la política nos tiene casi en exclusiva acostumbrados en este país, es menor desde ayer, una vez que el Tribunal Supremo decidió archivar la causa contra el exministro socialista José Blanco, acusado de tráfico de influencias en el marco de la operación Campeón. Quedarse sin recursos tan necesarios como la –ahora ya no– implicación de todo un ministro en un caso como el mencionado, debe de ser algo así como perder el turbo en pleno repecho. Porque puestos a pensar, sigue sin ser lo mismo un director general de un gobierno autónomo que un exministro de un partido al que, todavía, se le siguen echando en cara los males que padecemos. Queda el consuelo, o la nostalgia, de saber al menos que Blanco pasa a un plano más insustancial de la vida política, ese que no es otra cosa que decir que se ha agotado un ciclo, aun cuando, como tenemos comprobado, ir, irse, no se van nunca. Y si no que se lo pregunten a Esperanza Aguirre. De la ponzoña, ya se sabe, también se vive. Ahí está lo del amigo Bárcenas, que hasta hace pocas semanas, y pese a lo hecho, dicho y contradicho, todavía seguía gestionando cuentas en Suiza. La gran incógnita es saber si lo que ahora está sucediendo servirá de algo en un futuro. Es decir, si realmente la proyectada ley de transparencia no consistirá en quitar el polvo a ese espejo que, como los de las comisarías de policía, sirve, por lo que se ve más a los políticos que a cualquier otra persona, para mirar sin ser vistos. O si de lo que se trata es de buscar nuevas vías de financiación que eviten escándalos como los que padecemos. Por preguntarse algo, cabe divagar sobre qué cantidad de dinero se puede mover en un partido cuando alguien es capaz de llevarse, al parecer, según dicen, por la puerta de atrás, tan ingente cantidad de millones. Tal vez no sea oportuno pensar demasiado en eso, no vaya a ser que lleguemos a concluir que esto de la política es un negocio. De hecho, hay oferta, hay demanda y hay competencia y, como en las mejores empresas, el pez grande se come al chico.

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