La otra Inquisición

Las imágenes del piloto de caza jordano, asesinado el 3 de enero por el Estado Islámico, han dado esta semana la vuelta al mundo. Quien no quiera establecer comparaciones puede situarse al margen, pero el hecho de quemar vivo a un ser humano escapa a todo calificativo y impulsa a recordar los tiempos en que la Inquisición practicaba casi idénticos rituales con aquellos que, condenados sin absoluta culpa, eran también inmolados en público. El fanatismo, algo tan frecuente en nuestras vidas, retorna a métodos tan crueles como incomprensibles en pleno siglo XXI. Lo hace bajo el paradigma de utilizar la verdad y la revelación de un Dios único y verdadero que, como hace siglos, no distingue entre justos y pecadores, inocentes o culpables, y bajo el paradigma de la ignorancia.
Como antaño en Occidente, constituye precisamente esta última el alimento del que se sustenta el ser humano. De ahí el empeño de todo régimen brutal, ajeno a la razón, de proscribir o limitar el acceso a la educación, de impedir que el conocimiento más lógico, el de la razón, alcance por igual a todos los miembros de la sociedad. Como antaño, nada mejor que el aislamiento y el temor para acrecentar el odio brutal que supone no solo asesinar impunemente sino de hacerlo mediante los métodos más crueles. El fuego, como antaño, sirve de elemento expiatorio de toda culpa, no solo de la que se “supone” al lo padece, sino también del que lo impone y lo utiliza con el mismo ánimo de amedrentar a las mentes justas y escandalizar incluso todo resquicio de sensibilidad que le queda a un mundo que observa, atónito, cómo solo los intereses económicos permiten justificar la lucha contra la barbarie. Se ha visto en Kuwait, se ha visto en Irak, con el petróleo como telón de fondo o la más que evidente ganancia que supone destruir un país para luego rehacerlo para el beneficio de quienes han tirado las bombas o masacrado a poblaciones enteras. No sucede, por lo visto, de igual forma en relación con el Estado Islámico, a todas luces tan irreal como es todo desenfreno y toda justificación de lo incomprensible.
Si las decapitaciones ya amedrentaban, el extremo del fuego tiene por objetivo desmantelar aun más la capacidad de resistencia del ser humano. Como si la muerte no fuese ya suficiente, es necesario, por lo que se ve, extremar el sufrimiento, como la Inquisición hacía, basándose en el horror que abriga todo dogmatismo, toda intransigencia. Occidente, en este caso, y pese a las reacciones, sigue manteniéndose al margen con una moral que tampoco le impide, como se sabe en demasiados casos, aplicar también el “ojo por ojo”.

La otra Inquisición

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