EL GRAN HERMANO

E n ocasiones, aquello de hacer el ridículo atesora más virtudes que denostadas críticas. Incluso se nos queda cara de ingenuos, como si lo que nos cuentan, pongamos por caso, de verdad nos extrañase. Habiendo argumento, uno se pregunta por qué no hay texto. Ah! No, perdón. Sí que lo hay: desde “1984” de Orwell, pongamos por caso, a una infinidad de películas, obras de teatro, performance y lo que ustedes quieran, que resulta que lleva no solo años sino décadas advirtiéndonos de lo que está pasando, o de lo que va a pasar. Con infinitas ondas trascendiendo sobre el espacio, lo difícil es pensar que se pierden en la inmensidad sin que a nadie le interesen sus contenidos. El “gran hermano” ha llegado, o mejor dicho aun, lo hizo hace ya mucho tiempo, porque se llega por el simple hecho de querer hacerlo, no por simple espontaneidad. Lo de hacer el ridículo compensa en ocasiones. Y es que ¿qué mayor ingenuidad aquella de protestar por algo de lo que nos sentimos víctimas? No digamos ya el hecho de que un Gobierno que espía a otro, o este que se siente espiado, resulta que, al final, incluso ha pasado datos al susodicho para que su inteligencia los analizase. Curioso, que diría alguno que me conozco, que después de tanto vocerío, esta vez a través de esas otras ondas que ocupan los medios de comunicación, toda bravata se retuerza ahora sobre sí misma para convertirse, una vez más, en la obligada dilación con que se abordan las cuestiones de Estado más polémicas.
Ahí está si no  la decisión de la Unión Europea de postergar la creación de una normativa que proteja, no ya solo a los gobiernos, sino a los propios ciudadanos. Debe ser que no corre tanta prisa prescindir de lo que sabemos –así, en  plural, en  general– como, por ejemplo –seguro– ponerse a desarrollar sistemas más inviolables de espionaje, aquellos que, en resumen, faciliten que se pueda hacer lo que cada uno quiera sin que el otro se entere. No somos parte de esta sociedad; somos la sociedad en sí misma y, como tal, el juego va con todos, sin exclusión, aun cuando sea cierto que prescindir de la capacidad de vulnerar la intimidad, de tratar de penetrar en cuestiones nacionales de primer orden –sean o no países amigos–, resta capacidad al bien y acrecienta la del mal. ¿No era esto, al fin y al cabo, o algo parecido, de lo que adelantaba Orwell? Es decir, hacernos creer que todo es perfecto, aun a sabiendas de no queremos saber qué sucede a nuestra alrededor pese a intuirlo, pese a darlo por hecho, pese a saber que podemos entrar desde nuestro propio hogar en otro sin que ¿nadie? lo perciba, de vulnerar códigos supuestamente secretos con programas específicamente creados para ello... Lo único constatable es la impunidad en la que sabemos que transita, la inmensa mayoría de las veces, el dogma de la seguridad nacional. Por no ser, no somos ni capaces de borrar nuestro rastro en internet.

EL GRAN HERMANO

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