FERROL, SINE DIE...

En cuestión de meses hemos pasado en Ferrol de la esperanza a la desesperación. Y es que, llegados ya a estas alturas, pocos –incluso quienes se empeñaron en defenderlo a capa y espada– ocultan tal sentimiento. Esperanza, todo hay que decirlo, nunca hubo mucha por aquí, aunque sea de los sueños –o de las promesas– de lo que a veces vivimos. El caso es que ahora ya no es solo cuestión de que se haya retrasado, por enésima vez, el fallo del concurso ese al que opta Navantia y que se supone –por lo dicho por activa y por pasiva, aunque últimamente no se hable mucho de ello– sino de que, después de reiterados plazos, con fecha concreta y sellada, ya ni esto último nos queda. Indefinidamente, sine die que se dice, sujetos al cronograma ortópedico, en este caso de Pemex, por lo general, en el que siempre nos movemos por aquí... Que si se va a hacer esto, que si “nosotros” salimos todo saldrá adelante, que si hemos hablado con no se sabe muy bien quién y que dijo que todo está ya arreglado, aunque sea en medio de pasillos atestados de personal, eso sí, encumbrado por las urnas, directa o indirectamente, que de todo hay en el paisaje. Si aquí tuviésemos fallas, como en Valencia por ejemplo, tal vez se salvase de la quema unha con un barco como motivo principal sostenido por rostros caricaturizados sobre la consabida leyenda tan socorrida de “si no lo veo no lo creo”.
Algo hay, e importante; no todo va a perderse en esta ciudad en el limbo de la promesa, aunque lo habitual es que tarde, como el saneamiento de la ría o el crecimiento del puerto y los primeros pasos para su gran despegue mediante su acceso al ferrocarril, pero todo ello, individualmente o en conjunto, no soluciona lo principal: la ausencia de expectativas allí donde verdaderamente se necesita y en el momento en que es obligado que se hagan realidad. Las “explicaciones” que tanto el presidente de la Xunta como el conselleiro de Industria se siente obligados a dar en ningún caso suplirán ni aliviarán esta tediosa sensación de abandono, de ser en gran parte la última ciudad, esa en donde todo termina pero nada empieza, como si el futuro estuviese suspendido, permanentemente a la espera de que algo, lo que sea, nos caiga por aquí y estemos obligados, por necesidad, a agarrarnos a ello como si de un clavo ardiendo se tratase. La comarca, de algún modo, por no tener carece incluso de padrinos.

FERROL, SINE DIE...

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