Carencia de autocríticos en Ferrol

No este un país en el que se ejerza la autocrítica. No hay mejor dicho que el tan socorrido, y por añadidura evangélico, de ver la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el propio. Se sabe bien por estas tierras del noroeste peninsular y –casualmente– también gallegas. Es lo que aporta en resumidas cuentas esto de encontrarse –o no– en una esquina, un tanto arrinconados, salvo por la salida al mar, que tanto ejerce de muro en ocasiones, sea para construir –o no– barcos, o bien para, simplemente, dejarlos transitar. Debe de ser ese estado de acuclillamiento en el que nos hallamos lo que nos limita, al menos mentalmente, para discernir entre lo que hacemos y lo que decimos. Como ejemplo, este de los últimos tiempos, a modo de coletilla –política y sindical– que tanto acompaña el contenido reivindicativo, tan visceralmente nuestro que en ocasiones parece más importante el hecho de desarrollarlo que el motivo por el que se hace. Cuestión trascendental sin embargo esta última porque, volviendo al saber popular, de sobras sabemos que “non mama quen non chora”. Lo cuestionable, en cualquier caso, es no llorar a tiempo, porque, que se sepa, hasta muy recientemente, ninguno de los sindicatos o los comités de empresa que, como entes, suscribieron (o respaldaron) los acuerdos de 2004 que permitieron prorrogar otros diez años el veto comunitario a la construcción naval convencional en la antigua Astano, había mostrado previamente el menor interés en reivindicar su levantamiento o, como mínimo, una renegociación que permitiese flexibilizar sus cláusulas. Algo que, cuando menos, tal vez, solo tal vez, hubiese impedido que una factoría otrora puntera se desmantelase, al menos humana y profesionalmente, hasta dejar en astillas lo que fue tronco. Así que, a falta de unos escasos siete meses para que concluya la vigencia de dichas restricciones, salimos ahora a la calle para exigir lo que no hicimos durante diez años. Podríamos pensar que no tiene sentido hacerlo, salvo por una excepción, tal vez un tanto menor para algunos pero indispensable para una comarca habituada a tener que pedir: que Bruselas, una vez más, pueda imponer criterios que limiten la capacidad de las gradas de Fene, sea en el terreno o en el sector que se tercie. En cualquier caso, la sensación que nos arrastra es la de que hemos estado pidiendo, empezando por los sindicatos –salvo excepciones–, o clamando contra una decisión que, como ahora se ve, adquiere mayor calado ante la falta de alternativas en un mercado laboral cuya realidad, como se reconoce desde el gobierno de la Xunta, resulta “insoportable”. Cierto –también muy nuestro– que “nunca choveu que non escampara”, salvo que en situaciones como las que ahora reflejan los hechos hubo quien, precavidamente, se proveyó de paraguas y quien se ha visto calado hasta los huesos. La culpa, en cualquier caso, como la viga, nunca será nuestra.

Carencia de autocríticos en Ferrol

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