La concordia no es posible

Y no sabemos por qué. Lo fue en momentos mucho más complejos y cuando la sombra alargada de la dictadura permitía que adversarios de gran talla política se sentaran en torno a una mesa para ordenar diferencias y establecer prioridades. Horas y horas mirándose a la cara sirvieron para dar a luz el texto constitucional que, aprobado por la inmensa mayoría de los españoles y especialmente en Cataluña (un 90%), dio a luz la Constitución española del 78 que nos ha dado más de cuarenta años de paz y prosperidad en una democracia plena. 

Entonces Adolfo Suárez pronunció la célebre frase: “la concordia es posible”, y lo era porque aún habiendo dos bandos había también una necesidad de reencontrarse y de ver en la unidad y en el respeto a la diferencia la mejor manera de fortalecer la democracia naciente. Si una parte hubiera elegido otros caminos de confrontación, nada se hubiera podido hacer. Lo sabían y sabían también que en las renuncias estaba el punto de encuentro, el recuerdo de la confrontación civil del 36 los animó a acordar, a entenderse, a convivir en paz, en definitiva. 

Al calor de aquel entendimiento nacieron varias generaciones de españoles que crecieron en democracia y que debían ser la garantía para preservar valores tan importantes como la paz, la concordia y el respeto hacia los que no piensan igual. 

Algo hicimos mal. Más de 80 años después de una guerra y más de 40 años después de la muerte de Franco, los portadores de rencores impostados nos devuelven a los escenarios que, en su día, dieron lugar al enfrentamiento entre españoles, demostrando con su irresponsabilidad que todos los esfuerzos realizados han sido estériles y que, de alguna manera, estamos condenados a repetir errores históricos. 

Solo la ignorancia puede hacer que convivan en algunas manifestaciones banderas republicanas con esteladas cuando los segundos dieron un golpe de estado contra los primeros allá por 1934. Es como ver camisetas del Ché en el orgullo gay, un sinsentido. Pero el mayor de los desatinos lo estamos viviendo en Cataluña. Mi buen amigo, desde la distancia ideológica, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, ex presidente de Extremadura, me enviaba un mensaje hace un par de días que, con su permiso, quiero compartir con ustedes. Fue en 1922, en Italia. Entonces se produjo una marcha desde Nápoles hasta Roma, fue multitudinaria y la encabezaban los “camisas negras”. Mussolini los esperaba en Milán para evaluar el resultado de la marcha, se anunciaba como pacífica, pero se dejaba acompañar por los “camisas pardas”, indiscutiblemente violentos. El resultado fue la llegada al poder de Hitler y Mussolini y las consecuencias las conocemos todos. 

Ayer se produjo una marcha desde Lérida, Gerona y Tarragona hasta Barcelona, se dejan acompañar por los CDR y por el “tsunami democrático”, en Barcelona los esperaba Torra y desde Waterloo les aplaudía Puigdemont. Las similitudes con actitudes fascistas de los separatistas catalanes venían siendo evidentes, pero esta marcha y la de Nápoles se parecen tanto que debe llamarnos a la reflexión. 

Los separatistas catalanes no quieren hablar de nada que no sea la ruptura de España aún cuando saben que más de la mitad de los catalanes se sienten, además, españoles y que un 90% de españoles no aceptan las fronteras en Cataluña. Les da igual porque ellos lo que quieren es imponer, aunque sea por la fuerza, su criterio pasándose por sus partes la voluntad mayoritaria de los españoles, incluidos, naturalmente, los de Cataluña. Mussolini y Hitler, Torra y Puigdemont, con ellos, la concordia no es posible.

La concordia no es posible

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