¿Hay algún golpista por ahí?

Reconozco que me he convertido en un fiel seguidor de la retransmisión del juicio del asunto catalán. Desde Falcon Crest no había sido tan puntual a la hora de sentarme ante el televisor para no perderme nada de nada. Se preguntarán qué fue lo que me enganchó a esta “serie” y les confieso que el mérito fue de uno de los actores principales, un tal Oriol Junqueras, que confesó en el minuto uno su amor por España y lo que le apasionaba hablar en español, lengua que también dijo adorar más allá de la intimidad.
El juicio acababa de empezar y ya daba el primer y apasionante giro: aquel que era un músculo básico de la secesión que habían programado, se confesaba españolista por los cuatro costados. Esto había que verlo. A partir de ahí, aparecen los otros actores que narran con naturalidad que nadie hizo nada, que todo era una especie de broma pesada y que cuando declararon la independencia de Cataluña solo querían representar una situación que agradaba a sus seguidores, pero sin malas intenciones.
A uno se le venían las imágenes del los barcos llenos de policías atracados en Barcelona, el famoso Piolín entre otros a los que debieron de mandar como parte del decorado de la ficción que estaban pergeñando. También vimos como se marcaban las casas de jueces y como los manifestantes obligaban a las fuerzas de seguridad a abandonar hoteles porque eran personas non gratas y entre insultos y botellas voladoras decidieron sus traslados para evitar males mayores. También vimos como una comitiva judicial tuvo que abandonar la sede de una consejería por el tejado porque el tumulto en las puertas del edificio les impidió salir con normalidad tras hacer su trabajo.
Bueno pues todo esto, según los procesados, era una broma. Lo que estamos viendo en este juicio es a un grupo de presuntos delincuentes que han querido jugar con el Estado como si se tratara de niños pequeños jugando con Legos. En su infantil defensa tocan el derecho de oídas y argumentan como si nada les fuera a pasar. Pero con el Estado no se juega. Un Estado de derecho tiene un poder judicial que actúa con contundencia, con garantías y a veces con lentitud, pero es implacable y siempre acaba actuando. Cada día que pasa los actores se van dando cuenta de que el juego se les fue de las manos hasta el punto de que Santi Vila reconoció que las instrucciones eran “estirar todo lo posible pero sin llegar a romper”, pero ahí apareció el fugado cobarde de Puigdemont para decirles a los suyos: vosotros seguid echando gasolina al fuego que yo me voy a Waterloo a un casoplón propio de Pablo Iglesias y ya desde allí os sigo por televisión.
El juicio va para largo, entre las preguntas de la fiscalía, la abogacía de Estado y de Vox que ejerce la acusación popular a la que renunciaron Ciudadanos y PP en una decisión nunca explicada pero que cede el protagonismo al partido de Abascal, Ortega Smith, secretario general de Vox, lanza sus preguntas a los testigos que están cercando a los acusados. Como dijo Iglesias Corral en su día “aquí pasó lo que pasó”, en Cataluña hubo un intento de golpe de Estado y para eso tiene que haber golpistas, los jueces se encargarán de decir si son culpables o no, pero el tiempo de las bromas se acabó. España sigue viva y unida.

¿Hay algún golpista por ahí?

Te puede interesar