En perfecto desorden

Gran parte de los males que afectan a nuestra sociedad tienen sus raíces en la inexistencia de una escala de valores socialmente aceptada y compartida. Disfrazada de progreso se ha extendido, y me temo que aceptado, una forma de entender la vida basada, exclusivamente, en el éxito económico. 
La cultura del pelotazo de los años 80 y 90 tiene una sombra que llega hasta nuestros días. La desaparición del mérito como hoja de ruta hacia el triunfo ha dejado paso al “todo vale” para alimentar las cuentas corrientes de algunos desalmados que se dejan tentar por la corrupción y se convierten en insaciables “yonquis del dinero”, perfecta autodefinición que pronunció un corrupto valenciano supuestamente arrepentido.  
Y es que la corrupción es una decisión personal que toman los que desde posiciones de influencia o de poder sacrifican los principios y minan la moral de los ciudadanos. Porque todos hacemos un enorme esfuerzo para sobrevivir cumpliendo con nuestras obligaciones fiscales, mostrando nuestra solidaridad con la sociedad aportando esos euros que debían de servir para mantener el estado de bienestar, la educación, la sanidad y nuestra seguridad entre otras cosas. 
Pero hete aquí que una larga “lista de listos” ha decidido embolsarse parte de nuestro dinero para uso y disfrute personal con la agravante de utilizar la confianza que los ciudadanos les otorgamos para traicionarnos. Ocurre además que en estos momentos de crisis el golpe se hace más duro y el resultado de estas mezquinas actitudes se traduce en desmoralización e indignación de los penitentes que sí cumplimos con la ley y el orden. De tal suerte que en estos días en los que toca cumplir con la Hacienda Pública muchos pueden pensar que el dinero que aportan corre el riesgo de acabar en el bolsillo de un sinvergüenza. 
Pues bien, seamos exigentes con nuestros gobernantes para que se aplique la ley, para que se persiga y se condene a los que nos roban, porque solo de esta manera los ciudadanos podremos recuperar la confianza y porque además aquellas personas honradas que se dedican a gestionar la cosa pública no se vean embarrados por los delincuentes. 
Para esto, además de la aplicación de la ley se ha de recuperar un orden social bien cimentado en una nueva escala de valores democráticos que empiece a generar generaciones que recuperen el mérito, el esfuerzo y el trabajo como única fórmula para el triunfo y sobre todo para reconstruir una sociedad justa que solo abra las puertas del éxito para aquellos que se lo merecen. 
Somos muchos más, infinitamente más, la gente normal y honrada que los delincuentes y por eso, si tenemos las ideas claras, esta es una batalla que tenemos que ganar, porque sin orden social, sin valores y sin principios solo conseguiremos convivir en una selva en la que, a modo del viejo Oeste, solo sobrevivirá el más rápido. No quiero esto para mis hijos, pero esta reconstrucción, este rearme moral de nuestra sociedad enferma solo podemos hacerlo entre todos. Pongamos para ello dos cosas: manos a la obra y lo mejor de nosotros mismos. Este es el principio del camino

En perfecto desorden

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