Cuidado con la prepotencia

Es un mal que parece afectar a los grandes partidos en cuanto tocan el poder. De la humildad, casi sumisión, que muestran en campañas electorales con los ciudadanos, pasan en veinticuatro horas a instalarse en el poder abandonando su capacidad de empatía y alejándose de la ciudadanía. Es un fenómeno de mutación de sensibilidades que, por generalizado, no deja de ser preocupante.
Los candidatos parecen reconocer el poder de los votantes durante quince días, los que dura la campaña, a instalarse en el incienso para con sus superiores jerárquicos. Es decir, asumen con naturalidad que una vez obtenido el voto su preocupación es agradar a los jefes que, en próximos comicios, serán los que decidan si el electo repetirá o no en las listas. El votante deja de ser importante hasta la siguiente contienda electoral en la que se le volverá a reconocer su importancia solo durante los mencionados quince días de periodo electoral.
Esta torticera modalidad de praxis democrática puede ser la razón que explique el distanciamiento, a veces divorcio, entre los electores y sus representantes que tanto perjudica a la calidad de nuestra democracia. Pocos son los políticos que mantienen hilo directo con sus bases y sus electores, han convertido el voto en un acto de fe que consiste en utilizar el sufragio como un cheque en blanco para que el elegido haga lo que quiera durante cuatro años y, ya después, vuelva a pedir otro cheque en blanco durante otra legislatura para seguir acomodado en su escaño.
Esto es malo de por sí y en cualquiera de sus vertientes. Lo es porque en la medida que la ciudadanía se aleja de sus representantes, estos pierden compromiso y protagonismo y su papel se reduce a espectador de los hechos que los poderes fabrican para nosotros, pero sin nosotros. Por ello cuando se nos piden sacrificios y no pocos en los últimos tiempos, se encuentran con nuestra incomprensión, que se traduce en falta de colaboración con los poderes públicos.
La terrible crisis que estamos superando hubiera sido cosa distinta si se hubiera contado con el apoyo decidido de la ciudadanía. De esta argumentación se desprende además otro daño colateral y pernicioso, son los aparatos de los partidos los que elaboran listas que nutren, en demasiadas ocasiones, de afines y amigos de los jefes que, si bien carecen de apoyos electorales, cuentan con las bendiciones del grupo de poder dentro del partido. No suman nada, pero reciben y dan abrazos oportunos, no aportan nada, pero aplauden con entusiasmo los discursos de los jefes. No son los mejores, pero cierran puertas a personas con mayor valía electoral e incluso intelectual.
Da igual, ocupan el número tres de las listas y serán diputados, senadores o cualquier cosa que le apetezca a quien los protege. Los tiempos de la nueva política pasan por abrir a la realidad los aparatos cerrados de los partidos, por incorporar a los mejores para empatizar con los ciudadanos y, por supuesto, exigiéndoles lealtad con las decisiones del partido sin renunciar a la libertad en los debates internos. La prepotencia confunde servicio con servilismo. Los llamados partidos emergentes son el resultado de la prepotencia desmedida. Los ceros, por sumisos que sean, no suman nada. Ustedes verán.

Cuidado con la prepotencia

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