Unos apuntes en referencia al Puerto de A Coruña

Pocas veces una iniciativa suscita una acogida tan rotunda y unánime como la entrada de los buses metropolitanos al corazón de la ciudad. Tras más de dos años de intenso trabajo en un escenario trufado de obstáculos, el pasado lunes A Coruña comenzaba a recobrar una normalidad que durante décadas impidió a los vecinos del área comunicarse a través del sentido común con el cogollo urbano coruñés. En menos de una semana hemos sido testigos de una gran revolución de la movilidad.
Pocas veces, asimismo, una intervención de estas características tiene tan nítidos y definidos su nombre y sus apellidos. Ethel Vázquez Mourelle, coruñesa de militancia activa y ejemplo de tenacidad en la procura del bien común. Abundan los ejemplos. La conselleira de Infraestruturas e Vivenda avanzó hacia el Ofimático cuando nadie era capaz de darle esperanzas a los cooperativistas; impulsó el programa de Vivendas Baleiras a pesar de las no pocas reticencias, apostó y sigue apostando por una avenida de Alfonso Molina libre de ocurrencias, y es la mejor garantía de que A Coruña llegará a tiempo de tomar el tren de las intermodales.
Tiene además la virtud de la paciencia. Ni el santo Job en su versión más zen hubiese soportado los esfuerzos de Xulio Ferreiro y sus huestes por alimentar el fracaso del Plan de Accesibilidad del Interurbano a la ciudad. Los buses han llegado al centro después de dos años de desplantes, de otros tantos periodos de alegaciones en los que el Ayuntamiento se puso de perfil y después, incluso, de que el irrelevante Grandío –el que presume de que su plan de movilidad es una hoja en blanco– maniobrase para alimentar la oposición del resto de regidores, que hoy suspiran por la llegada del bus.
Los coruñeses no olvidamos que este otoño arrancó con monumentales atascos en Linares Rivas porque a Ferreiro no le dio la gana de reparar el asfalto de la parada del Puerto cuando correspondía, o que Entrejardines tuvo que esperar por un largo y penoso saneamiento sorpresa.
Que ahora quiera ponerse una medalla en un proceso en el que ejerció de aguafiestas es la prueba definitiva de que Ferreiro padece un deterioro galopante y ya crónico de su sentido del ridículo. Entre erigirse en el bastión del bus metropolitano, quedarse en flagrante fuera de juego en el compromiso con el futuro de la fachada marítima y quitarse la careta con su vergonzante apoyo al secesionismo y su “teima” por mancillar la Constitución, el alcalde naufraga en su agonía política.
Esta vez tampoco ha sabido estar a la altura. Lo único que le queda en este asunto es hacerse a un lado, levantar el veto al Plan de Accesibilidad autobús metropolitano y confesar en el diván que no está preparado para esta responsabilidad que le ha llovido del cielo. 
Anímese. Su colega y sospechamos que amigo ferrolano ya lo ha hecho.

Unos apuntes en referencia al Puerto de A Coruña

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