VIAJE A LA PERIFERIA DE LA INMIGRACIÓN

Pocos días después de la elección papal, el  cardenal arzobispo de La Habana, Jaime Ortega, revelaba el pensamiento que sobre la misión de la Iglesia había expuesto  el  entonces todavía cardenal Jorge Mario Bergoglio en una de las congregaciones generales previas al cónclave. “La Iglesia –dijo entonces el que luego sería papa Francisco- debe salir de sí misma a ir a las periferias, no sólo geográficas, sino también las existenciales, manifestadas en el misterio del pecado, de la injusticia, el dolor y la ignorancia”.
Y así lo he hecho él mismo. Predicando con el ejemplo. En su primer desplazamiento fuera de la diócesis de Roma, se llegó hace unos  días hasta Lampedusa, la pequeña isla al sur de Sicilia, tristemente célebre por el desembarco continuo de inmigrantes ilegales y por los miles de muertos que han ido poblando sus aguas. Se calcula que en los últimos veinte años unos diez mil inmigrantes han perdido en sus cercanías la vida cuando intentaban desembarcar en busca de un lugar mejor para ellos y sus familias.   
Allí fue el papa Francisco a rezar, a realizar un gesto de cercanía, pero también a despertar conciencias para que lo sucedido no se repita. El altar de la celebración, una patera. La cruz, trozos de las barcazas azules que llegaron a la isla aquellas tres noches terribles de la primavera de 2011.  Austeridad total. En aquel mar de los naufragios dejó una corona de flores.
Su mensaje fue fulminante. “Hemos perdido –dijo- el sentido de la responsabilidad fraterna….La cultura del bienestar nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos hace insensibles al grito de los otros y nos lleva a la globalización de la indiferencia y a la anestesia del corazón.… Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro, sin que a nosotros nos afecte ni interese”.
Y siguió preguntándose: “¿Quién de nosotros ha llorado por la muerte de tantos hermanos y hermanas; por esos hombres que sólo deseaban mantener a sus familias?.... Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia de llorar”; de “sufrir con”.  Después, pidió a Dios perdón por la indiferencia hacia tantos hermanos y hermanas. Y perdón por aquellos que con sus decisiones a nivel mundial han creado situaciones que llevan a estos dramas.
“Pidamos un corazón que acoja a los inmigrantes. Dios nos juzgará según hayamos tratado a los más necesitados”, tuiteaba el papa Francisco ya de regreso en Roma luego de sus intensas cuatro horas en la periferia más dura de la inmigración. Y en la periferia también de la insensibilidad más cruel  ante este  “Fuenteovejuna” –él mismo recordó la obra de Lope de Vega- , del que todos somos de alguna manera responsables, aunque no nos demos por aludidos.

VIAJE A LA PERIFERIA DE LA INMIGRACIÓN

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