Un panorama de lo más desolador

Solo a Gallardón se le puede ocurrir modificar el Código Penal después de poner a toda la judicatura de uñas, no tanto por lo de las tasas, que también, sino por la regulación de sustituciones, ascensos y demás zarandajas que ocupan a quienes visten puñetas. Así, es normal que los togados se tiren al monte y, en muchos casos, a la calle y hasta interrumpan el tráfico al más puro estilo de los piquetes que se encargan de que las huelgas sean generales, lo quieran o no los ciudadanos.

A estas alturas ya hay hasta informes de la Fiscalía del Estado (aquella que antaño era la del Gobierno) dudando de la “constitucionalidad” de medidas como la prisión permanente revisable y hasta de la custodia de seguridad. Poco importa que la población apoye las medidas o que al PP y, por lo tanto, a Gallardón les sobren votos a punta pala para modificar la ley. De nuevo, los populares se encuentran con que se les quita la legitimidad, como si sus escaños valieran mucho menos que, por ejemplo, los que tiene eso que han dado en llamar un tanto pomposamente Izquierda Plural.

Algo parecido le pasa a Wert, aunque este otro miembro del Ejecutivo se merece un poco más lo que le está pasando. Se empecinó en llamar al catalán especialidad y ahora tiene a toda la progresía demandando su cabeza, hasta parece que hay quien deja entrever una posible vena pederasta por parte del ministro al asegurar en el Congreso “no nos toque a los niños”, como si Wert fuera aquel hombre de los caramelos embozado en gris que en tiempos cantó Gurruchaga.

Por mucho que Reixa, en su papel de mandamás de la SGAE, diga que está de acuerdo con el titular de Educación (y por añadidura de Cultura) en algunas cosas, la verdad es que Wert no tenía que haber modificado la ley para conseguir que en Cataluña los pequeños pudieran ir a clase y recibir el 50% de la enseñanza en castellano. Lo único que tendría que haber hecho era obligar a que se cumpliera la ley. Así de simple. Aunque, la verdad, queda bonito ver a todos los partidos catalanistas de los nervios, montando frentes comunes para impedir la españolalización de sus niños españoles, por mucho que también sean catalanes.

Y, mientras tanto, Rajoy asiste tranquilo al espectáculo de ver como los suyos queman sus naves, mientras él aguarda en puerto mejores tiempos y se frota las manos analizando los resultados de las autonómicas gallegas, vascas y catalanas y pensando que por mucho que los demás ladren, el pueblo le sigue apoyando, lo que, en el fondo, seguramente no dejará de sorprenderle. Algo de masoquistas tenemos en los genes que nos lleva a querer a quien nos recorta. Aunque, a lo peor, es que los españoles levantaron la cabeza vieron a Rajoy, miraron alrededor y se dieron cuenta del desolador panorama. A veces las victorías no suponen apoyos inquebrantables, sino el descarte de las otras alternativas.

Un panorama de lo más desolador

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