UN PAÍS PARA VIEJOS

Una norma establecida en periodismo, pero como toda norma proclive a ser vulnerada, establece que recurrir a títulos de películas, obras de arte o libros no es reflejo precisamente de la capacidad de inventiva o intelectual del periodista. Me permito la licencia y parafraseo la cinta de los hermanos Cohen “No es país para viejos” porque lo cierto es que los titulares se agotan a veces en cuestiones de tan socorrido uso, sobre todo teniendo en cuenta circunstancias que invitan a considerar hechos consumados como el de la reforma laboral que extiende la edad de jubilación mínima a los 67 años.

No deja de ser una incongruencia que quien vaya a aprobarla –en este caso el partido en el Gobierno del país– se opusiese a la propuesta de aquel otro de quien partió. Claro que entonces se era oposición. Como tampoco que quien la impulsara –en este caso el PSOE– se cuestione ahora el respaldo al Gobierno si no es –cosa curiosa también– con el apoyo sindical y empresarial que, inicialmente, había obviado. Circunstancias hainas, que diría más de uno, sobre todo teniendo en cuenta del lado en que se está. Bettino Craxi, que fuera primer ministro de Italia en las filas socialistas, contestó en una ocasión a la pregunta de un periodista sobre si el poder desgastaba.

Craxi todavía no figuraba inmerso en el proceso “Manos Limpias”, que acabó por demostrar su connivencia con la Mafia, pero no desaprovechó el momento para desacreditar a la oposición: “Más desgasta el no tenerlo”, concluyó. Ya no es cuestión de divagar sobre qué perfil será el que defina a la sociedad española en el marco de quince o veinte años, cuando los primeros afectados por la nueva reforma superen la tradicional edad de jubilación de los 65 y tengan que esperar dos más para dejar de trabajar después de años de cotización.

Pero si de divagar se trata, lo que se prevé, o intuye, o se adivina, es que en el marco de pode tiempo no se puede excluir la posibilidad de que otra modificación alargue todavía más el interminable periplo laboral. De cómo el sistema de la Seguridad Social se mantendrá teniendo en cuenta el número creciente de jubilados, la disminución del porcentaje de quienes todavía trabajen y la incógnita del desempleo, ya ni hablemos, como tampoco de la inversión de la pirámide poblacional, o todo cuanto se tercie en el panorama político de este país.

Lo cierto es que tal vez, también, tengamos que acostumbrarnos a ver a sus señorías renqueando entre los escaños, cosa no vista desde hace lustros, cuando arrancó la democracia y parecía no haber mejor bagaje que la edad para ocuparlos. Tal vez estemos ya en un país para viejos.

UN PAÍS PARA VIEJOS

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