No convencéis

En otro contexto y en otro tiempo, naturalmente. Porque parafrasear a Miguel de Unamuno es, si no anacrónico, sí casi un  insulto teniendo en cuenta aquellas otras circunstancias –escenario y actores incluidos– en las que la inteligencia brilló sobre la muerte; “venceréis, pero no convenceréis”, dijo aun a riesgo de su integridad. Se puede no convencer por múltiples razones. La mentira es una de ellas, porque se supone que quien la vierte lo hace sabiéndolo y con el ánimo de engañar. También por la imposición; porque no se acepte o no se contemple otro punto de vista que el propio, sobre todo cuando se es ajeno, o se pretende serlo, a toda realidad, un extremo este último que suele confundirse con el convencimiento de la razón, aun cuando no se tenga. También porque, sabiéndose incapaz de convencer, se insiste en que no queda más remedio que asumir, bajo cualquier circunstancia y a cualquier precio, lo que se dice y se hace. Y, en resumidas cuentas, y el más precario de los múltiples argumentos –porque hay más, pero no espacio para ello–, simplemente porque nada de lo que se hace es válido o aporta los resultados prometidos.
A cualquiera de las precedentes se les podría encontrar una relativa justificación. Básicamente porque, al fin y al cabo, de lo que estamos hablando es de esa supuesta política de la que esperamos que actúe tal vez lejos del sentido común, pero al menos con un mínimo de responsabilidad. Todo lo contrario sucede con la última, aquella en que son los hechos, y no las simples circunstancias, lo que demuestra que se está errado, que lo que se aplica –por cierto que únicamente en una dirección– no tiene como resultado lo que se promete. Pasados ya 18 meses del inicio de la gestión de la crisis más brutal que ha vivido este país, parecen menguar un tanto las continuas referencias el partido en el Gobierno a la culpabilidad de los antecesores. Tal vez porque el discurso de la recuperación económica, que a todas luces parece haberse iniciado aunque solo en una dirección, pierde fuelle cuando casi una tercera parte de la población en edad de trabajar en este país no tiene ocupación ni, lo que es peor, perspectivas serias de tenerla, sino de todo lo contrario. Es decir, que la cosa incluso irá a peor, al menos hasta 2015, si tenemos en cuenta las recientes valoraciones de un Gobierno que ha asumido ya que no podrá acabar la legislatura con signos contrarios a los ya conocidos. Desgraciadamente para los que no convencen, la única economía de mercado –esa que viene a definir si un país está o no en la ruina, al borde del rescate o al inicio de nuevos recortes donde siempre se recorta– que entienden esos ya seis millones largos de desempleados, muchos de ellos desahuciados y al límite de la exclusión social, es la que afecta a la cesta del mercado de abastos.

No convencéis

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