LOS HABITANTES DE JARDIEL

El IMCE, ciclo principal de su programación, ofreció en el Rosalía tres representaciones de “Los habitantes de la casa deshabitada”, de Enrique Jardiel Poncela. Otra vez su teatro de lo inverosímil como afirmación y vigencia de una risa renovada que todavía hoy continúa por ofrecer algo distinto. ¿Acaso este teatro “verosímil” propone su negación? ¿O vale tal riqueza interlocutora con quienes ocupan las butacas y construyen así ese edificio y no otro distinto? La propuesta contraria igual serviría para convertir nuestro Rosalía en un garaje o en una fábrica de pastas para sopa, utilizando la misma fraseología que nuestro revolucionario dramaturgo.

Obra terrorífica desternillante. Pavorosa. Tétrica. Con fuegos fatuos, truenos y relámpagos. Donde hombres sin cabeza, esqueletos, fantasmas, aullidos y sonar de cadenas sobrecogen el ánimo para provocar carcajadas. Desde la hiriente voz sobrehumana que abre el espectáculo hasta el “rascayú” ditirámbico del segundo acto cuando los muertos bailan una sardana. Un magnífico plantel de once actores dirigidos por un hábil Ignacio García, construyendo deliciosa arquitectura teatral. Medida y dinámica. Brillante y descriptiva. Con música, luz, escenografía precisa y efectos especiales variopintos y sonoros.

Se comprueba también la aparición de un primoroso modelo de automóvil y la comparecencia explosiva de los inquilinos de la casa deshabitada que intentan enloquecer a la protagonista y así ocultar su actividad de falsificaciones de moneda. Astracán, teatro del absurdo, filosofía de la risa. Sin embargo, debajo de tan histriónicos personajes palpitan criaturas humanas que argumentan que el teatro auténtico nunca muere.

LOS HABITANTES DE JARDIEL

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