Libre albedrío

Ala hora en que las redacciones iniciaban ayer el proceso diario de cierre, se puede decir que la noticia de la semana, si acaso también de lo que va de año, ha sido la renuncia al solio pontificio de Benedicto XVI. Los últimos días han sido pródigos en esfuerzos del Vaticano por centrar la decisión en cuestiones meramente humanas, como es el natural cansancio de toda persona mayor. ¿Pero acaso no es humana también la constatación, como reiteradamente se ha dicho y se dirá, de la relación entre el cansancio físico y el mental a la hora de hacer frente a lo que, ya sin ocultación, se ubica más en el ámbito terrenal que el celestial como es la mera intriga? Más de uno parafrasearía a Romanones con aquello de “vaya tropa”, circunscrito a un concepto a medio camino de difícil ubicación entre la elección democrática –el Vicario de Dios en la Tierra es elegible– y el carácter absolutista por el que se rige el pontificado. Hay una distancia inequívoca entre la renuncia y la dimisión, pero lo cierto es que el hecho de que lo haga un papa por primera vez en cincuenta años bien podría abrir las puertas al ejemplo de la política en este país, tan renuente a desprenderse de lo terrenal como lo es un obispo –ahora tenemos un ejemplo contrapuesto– a prescindir del Palio. En algo sí hay plena coincidencia: la decisión de Benedicto XVI lo engrandece, aun a costa de no saber qué o quién vendrá o qué camino tomará la Iglesia, tan escueta y metafísica como es a la hora de explicarse a sí misma, incluso cuando se trata de rechazar crímenes constatables y conocidos. Más cerca de la tierra, en ese espacio para el que la teología ha establecido el libre albedrío como dogma consustancial de la precariedad humana, resulta más difícil asimilar cuestión tan sumamente legible como es la del sentido común y asumir las consecuencias de los hechos a través de la renuncia. Menos grave, aun a costa del perdón que otorga la fe católica a través del arrepentimiento y la confesión, parece el hecho de arreglar una multa de tráfico o plagiar una tesis doctoral –ahí están los recientes ejemplos de Inglaterra y Alemania– que el de participar en lo que en otros tiempos más de uno calificaría como el “contubernio de los listos” que reciben prebendas y atraviesan esa débil línea que separa la honestidad de la indecencia. El perdón, al menos el celestial, también sirve para dilapidar esta cuestión, a costa, aunque sea, como se ha visto también en esta última semana, de la permanente contradicción, que parece tener igual valor sobre el terruño que en el cosmos infinito. Sin ir más lejos, que se le pregunten –y es solo un ejemplo– a quien afirmaba que el despido del exmarido de la ministra Ana Mato, Jesús Sepulveda, serían improcedente a todas luces para comprobar poco después que era posible, el mismo que negaba la aceptación de la Iniciativa Legislativa Popular sobre los desahucios y después la aceptaba. Lo dicho, libre albedrío.

Libre albedrío

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