La legitimidad democrática

Es posible que todo se deba a esa madurez democrática que se va adquiriendo con el paso de los años, pero cada vez resulta más patético ver como los líderes de los partidos derrotados en unos comicios son capaces de salir a la palestra, culpar al empedrado y agazaparse en sus cuarteles de invierno a esperar que escampe el temporal y, si hay suerte, que la riada no se los lleve por delante.

Del mismo modo, los que rodean a esos líderes mostrando sus rostros circunspectos en la noche electoral, que aplauden su discurso vacío como sin ganas, pero con una adhesión a medio camino entre el me da igual y la fe inquebrantable y que hasta parecen apenados por el pésimo resultado, sacan a relucir sus cuchillos en el mismo instante en el que finaliza el directo televisivo.

Eso sí, son pocos los que lo hacen dando la cara, la gran mayoría se escudan en el aparato del partido, demostrando que si han llegado a poder salir en las imágenes junto al líder es porque son harto conocedores del entramado subterráneo que existe en todas las formaciones.

Van por detrás, piden que se analicen los resultados y que se saquen conclusiones de lo que el electorado quiso decir cuando, en realidad, lo que están reclamando es que el cabeza de cartel pase a mejor vida, a ese cementerio político que habitan quienes aspiran a ser y no llegan y, sobre todo, que corra la lista y que, si hay suerte, sean ellos los que sonrían desde las farolas en la próxima cita electoral.

También están los amateur, esos que no son políticos, pero que por alguna extraña razón (generalmente las ansias de poder) un buen día se ven al frente de una candidatura. No tenían ninguna opción por mucho que el coro de pelotas que les rodean le auguraban una victoria segura a cambio de las migajas que les puedan ir cayendo. De actores a exbanqueros condenados y exconvictos. Intentan aglutinar el voto de los cabreados y lo que logran es cabrear un poco más a los ciudadanos. Su paso por la política es tan efímero como lo que les duren los euros en la cuenta corriente (o paraíso fiscal, que de todo hay).

Por último, están los que ganan. Se les nota. Salen ufanos a dar su discurso, sonríen y, sobre todo, nadie se atreve a enmendarles la plana. Parecen tocados por un ángel y junto a ellos todo es felicidad. No tienen que dar explicaciones, como mucho echar mano de la modestia ante quienes los ven gobernando el mundo. Saben que ganaron y que, por delante, quedan cuatro años de más trabajo, de sin sabores y de esfuerzos, pero también de alegrías y resultados. Además, cuentan con el respaldo de la mayoría de sus paisanos y, aunque semeja que hay quien no lo puede comprender, ese hecho legitima para actuar en consecuencia y dirigir el país en la dirección que se considera la correcta.

La legitimidad democrática

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