La herencia del oligarca

La exigencia de libertad nace hoy en Venezuela en la boca de aquellos a los que antes se le antojaba odiosa. La suya era entonces la seguridad, el coto privado donde devorar a placer lo expoliado. De esos mezquinos polvos nació este barro que ha devenido en mito.

No nace el Chávez de la mano de la democracia sino de la rabia que inocularon, esas sí, las de aquellos que habiendo tenido en las suyas el destino del país, lejos de gobernarlo con sabiduría y sentido de justicia no hicieron sino saquearlo y empobrecerlo. De ellos y no de las urnas es también el caudillismo bolivariano que éste personificó.

Lo trágico es que la ocurrencia igualitaria de fallecido no pasó de ser una mera ilusión redistributiva que creyó, o busco creer, que se hacía justicia devolviendo al pueblo lo que de él saliera por la vía de la regalía y la subvención. Sin querer ver que ese camino conduce a la dependencia, la miseria y el atraso. Y ahí es donde está este pueblo pese a poseer importantes recursos naturales que en caso de ser eficazmente gestionados posibilitarían la creación de un tejido industrial capaz de dar trabajo, salario y dignidad a sus ciudadanos. Creando a su vez una clase media que daría estabilidad y armonía a su economía.

Allí en donde anida la oligarquía se agiganta la desigualdad y la pobreza. Y para conjurarla no halla el pueblo otro camino que el del caudillismo, esa suerte de venganza que conduce de manera inexorable al suicidio.

La herencia del oligarca

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