Instinto animal

A menudo las televisiones se dejan llevar por el instinto animal. Como fieras rendidas a su naturaleza. Empujadas a escarbar entre los restos de la desgracia. Olisqueando el aire, las pupilas dilatadas cuando se acercan a algún desperdicio con un tesoro escondido. No hay forma de arrancar el botín de los dientes chirriantes de puro apretados. Ni el hedor ni la suciedad son suficientes para alejarlas. Saben cuándo un asunto, por repulsivo que sea, tiene lo necesario para mantener al público pegado a la pantalla, del gesto de espanto al de rabia.
El juicio a José Bretón es un festín. Los sucesos con niños siempre lo son. El interés informativo se retuerce bajo el disfraz de interés humano hasta acabar en simple curiosidad malsana. La delicadeza de los primeros días tras la desaparición de los hermanos, cuando el dolor es tanto y el horror paraliza, desaparece a medida que suben los índices de audiencia. Cada paso de la investigación hunde un poco más los programas en el pozo del sensacionalismo. Las pruebas se analizan con ese tono de supuesto conocimiento experto que apenas camufla el ansia morbosa. Los detalles truculentos se exponen hasta la náusea. Ya en el tribunal, lo que queda es la recreación en el escándalo. De nuevo en los platós televisivos la rueda de los asesores, los testigos, los conocidos, los opinadores y los creadores de alarmas.
Imposible no caer en el juego de buscar la confirmación del alma retorcida del asesino. La mirada de ojos desorbitados, el aspecto impasible, la voz firme. Todo se presenta como prueba irrefutable de su atrocidad. Se hace noticia de la anécdota, dando valor a lo que en otras condiciones quizá no se mencionaría. Se obvia que el trabajo de determinar la culpabilidad de Bretón es del jurado. La prensa que condena cae en un error peligroso. El autocontrol debería ser la norma en estas ocasiones. Por más que necesitemos un final con el responsable en la cárcel de por vida.
Un juicio debe ser desapasionado. Un estudio objetivo de pruebas y testimonios. Sin la carga de la convicción visceral en la culpabilidad del acusado. La obligación de la televisión es no contaminar el proceso. Respetar la labor judicial manteniéndose al margen, sin más participación que el mero informe. Hay que soltar la presa cuando está podrida. Para no intoxicarnos.

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