Hablando de política

No son buenos tiempos para la lírica ni lo son para la política, que alcanza niveles muy bajos de valoración, según los estudios demoscópicos. Es más, desde muchos ámbitos se alimenta cierta animadversión o se presume de ser apolítico como si ello fuese disculpa para no tener que opinar o posicionarse ante los problemas cotidianos. Pero también hay una posición tendenciosa que afirma que la izquierda está muy politizada, lo que equivale a decir que la derecha no lo está, arrinconando toda opinión de discrepancia.

En momentos de grandes dificultades por los efectos de la crisis, los gobiernos conservadores contestan con contundencia cualquier oposición a sus decisiones, como si hubiese que asumir con resignación la devaluación diaria de nuestros derechos, salarios y servicios públicos.

Poniendo negro sobre blanco, política es todo: es la compra diaria, es la factura del teléfono, el colegio de los niños, la pensión de los abuelos, el precio del cine, el pago de los medicamentos, la supresión de la paga extra, etc. Al final nuestra vida depende de decisiones políticas y las prioridades no son iguales según quién nos gobierne. Esa tendencia a devaluar la política enmascara un totalitarismo antidemocrático. Esas expresiones “sobran políticos” o “todos son iguales” alimentan un populismo que pretende es alejar la política de los ciudadanos, como si tal expresión fuera algo neutro.

Es peligroso el mensaje que se transmite cuando se intenta poner al frente de los gobiernos a tecnócratas sin necesidad de pasar por las urnas. Ahí nos encontraríamos con los anónimos personajes de los mercados, las empresas de calificación, los próceres empresariales o bancarios que serían los encargados de gestionar lo público, sin que mediara elección alguna y a los que nadie podría exigir responsabilidades.

Por ello la opción democrática de la elección libre cada cuatro años es incuestionable, resulte quién resulte elegido. Pero quien gana tiene que asumir la crítica y gestionar el presente y el futuro con los mimbres que tenga. Basta ya de pesadas herencias como comodín del discurso fácil de quien es incapaz de encarar sus responsabilidades con valentía e imaginación. Lamentablemente, hoy, el objetivo de quienes nos gobiernan no es sacarnos de la crisis, sino anular nuestra conciencia crítica y exigencia de derechos en esa escalada de avance populista.

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