CREDIBILIDAD Y DESCONFIANZA

Si a la actual sociedad española le dijesen hace treinta años, todavía en ciernes esta democracia, que instituciones como las Fuerzas Armadas serían hoy en día las que acreditasen la más alta consideración de la opinión pública, tal suposición hubiese rozado la entelequia. No porque el país considere hoy en día, según el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), que son la Guardia Civil, la Policía y las Fuerzas Armadas en su conjunto las únicas instituciones que superan la nota media del aprobado, sino evidentemente, porque era necesario que el tiempo desprendiese un legado que todavía pendulaba sobre el futuro de un Estado todavía incapaz de confiar en su propio futuro.

Los resultados de la consulta, al menos en este ámbito, están supeditados a este último hecho. Es decir, que nada tiene que ver un colectivo profesional, formado ya en su inmensa mayoría en el hábito de la pluralidad, la diversidad y la participación, con aquel otro del sectarismo, la represión y el aislamiento que tanto lo caracterizaba. No es sin embargo el único púlpito al que se ha asomado este colectivo para recabar el apoyo público.

Y es que, a veces, la exclusión o el descarte también juegan en este tipo de partidas, que no distan mucho de ser, en resumidas cuentas, reflejo fiel de lo que se piensa, se ve o se aprecia. Lo saben bien aquellas fuerzas políticas que han llegado al poder más por agotamiento de su inmediato rival que por méritos propios. Todo forma parte del encuentro, al fin y al cabo, porque una cosa no tiene por qué restar méritos a otra, aunque, como se sabe, siempre ayude.

Aun sin alcanzar ese aprobado tan español que es el del 5, alegra saber que esto a lo que uno se dedica –ya saben, a juntar letras, que es básicamente en lo que peyorativamente muchos piensan que es en lo que consiste este oficio–, es decir, los medios de comunicación, a los que también se incluye en el ámbito institucional –aunque esto último no lo tengo muy claro– se queden cerca del suficiente, sobre todo teniendo en cuenta que lo hacen por delante del Defensor del Pueblo y que los periodistas gozamos de escasa simpatía, en particular por parte del poder.

Pero puestos precisamente a hablar de este y hacerlo también desde el curioso carácter institucional que el CIS otorga también a los partidos políticos y a los sindicatos, llama la atención el poco, ridículo aprecio de este país sobre ambos –porque en lo que se refiere al Gobierno ya era de esperar– y que la distancia entre los dos apenas supere el punto de diferencia. O sea, que si de confianza se trata, lo que se viene a decir es que ni con los unos ni con los otros, que son los que precisamente más responsabilizan a los primeros de lo que pasa, o está por pasar, tiene la intención de irse este país.

CREDIBILIDAD Y DESCONFIANZA

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