Una pareja sorprendente

JOSÉ María Aznar no acaba de cogerle el punto a eso de ser lobista, con “b”, no con “v”, o sea, no será un depredador de mujeres, sino un depredador de voluntades. Se debe de aburrir tanto, es decir, no debe de depredar ni una voluntad, que hasta se ha inventado una escuela de líderes –Instituto Atlántico de Gobierno le ha puesto de nombre– para tocarle las narices al partido del que fue presidente de honor y al que condujo al deshonor de la corrupción generalizada. Su última fazaña ha sido desvivirse en alabanzas a Albert Rivera, el político antes conocido como Adolfo Suárez, al que invitó a pronunciar un sermón y que fue presentado como la esperanza blanca: la alternativa centrista y el ejemplo de la renovación política en Europa. Su políglota esposa, Ana Botella, neovotante naranja, debió de alcanzar el Nirvana al oír semejantes loubanzas. Y Rivera no te cuento, no encontraba gente suficiente para darle abrazos, que es su gran especialidad. Lo que dijo en su homilía es lo de menos.  

Una pareja sorprendente

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