Todo por el desenfreno

PRISCILIANO, nacido por Iria Flavia, fundó una especie de comuna asceta donde se practicaban la libertad religiosa, la igualdad sexual y el culto a la naturaleza. Era, pues, una especie de jipi enxebre del siglo IV. A la Iglesia no le gustó el aire que allí se respiraba –debía de oler a grelos más que a cualquier otra hierba–, lo declaró hereje y acabó decapitado. De su cadáver nunca se supo nada, pero cuenta la leyenda que sus seguidores lo enterraron en Santiago y que a quien se venera en la catedral no es al apóstol sino a Priscialiano. Puede que haya algo de cierto y que su herética influencia sea la causa de que en Galicia tenga tan poco éxito el mandato bíblico de “creced y multiplicaos”. De hecho, a terra está cada vez más despoblada, tanto que Gonzalo Caballero, “El sobrinísimo”, ha reclamado un pacto de todas las fuerzas vivas do país para resolver el problema demográfico. Los asuntos canónicos se llevan de otra manera, pero esa incitación al desenfreno podría haberle costado la cabeza en otro tiempos.

Todo por el desenfreno

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