LOS neurólogos aseguran que los grandes cabeceadores del fútbol suelen acabar su carrera más tontos de lo que la empezaron. Cada testarazo supone un microgolpe en el cerebro que afecta a la capacidad de razonar. Que le pasará a un tío que anda a palos toda la vida como Conor McGregor. El irlandés, una leyenda de las artes marciales mixtas, ese deporte en el que los púgiles se pegan con todo y en todas partes, compró un yate de 3,4 millones y lo bautizó con el nombre de su ídolo: Mohamed Alí –Muhammad Alí, en versión inglesa–. Al escribir el nombre se trabucó y puso Mohammad Alí. Cuánto mejor hubiera sido llamarle Cassius Clay. FOTO: conor mcgregor | aec