La historia ignorará a la efímera Liga de las Ciudades Rebeldes

LA Liga de las Ciudades Rebeldes nació hace cuatro años con vocación de celebrar sus aquelarres –perdón, sus cumios– en un espacio más amplio que el necesario para los plenarios de la Asamblea de las Naciones Unidas. Un cuatrieno más tarde, con una de aquellas minúsculas soluciones habitacionales que promocionaba ZP no solo llega, sino que sobra. Se han caído todos los alcaldes –en realidad, los han tirado los ciudadanos con su voto–. Quedaron descabalgados Xuilio Ferreiro, el Varoufakis de A Gaiteira; Martiño “2.0” Noriega; Jorge “El autócrata” Suárez; la abuela Carmena; Pedro Santisteve, “El gominas de Zaragoza”... para qué seguir. Solo quedan la barcelonesa Ada Colau, un ser poliédrico con tantas caras que es imposible descubrirlas todas, y el gaditano Kichi, a quien sus conciudadanos saludan al grito de “Hello, Kichi”. Los rupturistas han sufrido un auténtico holocausto zombie, del que, por desgracia para ellos, no pueden culpar a las fuerzas del mal; se lo ganaron a pulso con su extraña manera de gobernar. Pues, nada, a buscar chollo.

La historia ignorará a la efímera Liga de las Ciudades Rebeldes

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