El esturión es una mina

SI Cousteau siguiese vivo y hubiese nacido, por ejemplo, en Monte Alto, habría que lanzarlo ya al mar desde punta Herminia para que bucease un poco en busca de los congéneres del misterioso esturión pescado a una milla de la costa, que pertenece a una familia de la que no se sabía nada desde los años sesenta. Menudo chollo podría ser que hubiesen buscado refugio en A Coruña. La Casa de los Peces estará petada todos los días de curiosos enloquecidos de conocer al peixe; los bares, sirviendo caviar a esgalla –qué buena ocasión para corresponder a aquellos tuiteros rusos que se volcaron con la Marea ante la cuestión de confianza, se lo comerían a cucharadas– y no te digo nada si se aderezase con alguna hierba cultivada en un huerto urbano libre de pesticida tóxico. Y si no aparecen bichos, siempre se podrá clonar al que analizan en el Acuario. Ya lo sabe Lema, a ver si así le va mejor en la promoción turística de la ciudad; unas rodajas de esturión á grella van de maravilla para el menú de Bo en boca.

El esturión es una mina

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