El “testimonio” de Lita Cabellut

La muestra “Testimonio” de Lita Cabellut ( Huesca, 1961), en el Mac atestigua (valga la redundancia) de su radical compromiso con la epopeya de la humanidad, muy especialmente con sus anti-héroes, aunque también dio fe, en otros casos, de algunos de sus luchadores más notables.
Lita pinta con la pasión y el pathos de la estética del barroco, destacando contrastes, dejando adivinar, bajo la piel de los seres, el entramado de la vida, las redes y pulsiones eternas que nos hacen miembros de una misma y universal aventura, las venas que nos alimentan o los craquelados que nos hieren y que avisan, con sutileza de quiebro, de la continuidad y de la desintegración.
Ella dice que pinta con “violencia”, pero en realidad lo que hace es sentir y traducir la atracción de fuerzas que advienen patéticamente, rodean a sus personajes y los invaden de pigmentos, manchas coloreadas, aguas turbias o masas corrosivas; mas, frente a esa invasión, ellos se perciben como resistentes a los embates y su grandeza es ese inconmovible estar ahí, asumiendo el heroísmo de existir, del cual ella misma, con su dura infancia, puede dar testimonio.
Esa unión de sufrimiento asumido y trascendido y de talento han dado origen a esta obra impresionante, que aparece recorrida por una emoción o más bien conmoción profunda, que sólo puede nacer del amor participativo que lleva a la compasión (al “padecer con”) y de sentir la aventura humana como propia, como algo que compromete hasta la raíz del ser. Hay ahí un fatum de tenso dramatismo, un latido que se siente a flor de piel (o de pintura); hay una tactilidad densa y frágil, que se hace suave, casi de una dulzura amorosa en el tratamiento de las carnaciones de sus seres y deviene áspera o erizada cuando quiere hablar de los impulsos de lo indomable, ya vengan del mundo o nazcan del propio interior.
Lita Cabellut pinta con desmesura, también en el tamaño, y es esa, quizá, la hipérbole plástica imprescindible para que pueda retratar el poderío, el nervio vital, la ardiente energía que mueve sus pinceles. Algo o mucho del sentir jondo de su raza gitana ( que también palpita en sus versos) ha encontrado una vía sinestésica, una poesía visual de dolientes acentos; ya que ella, pintando, canta y llora al mismo tiempo y sus pinceladas traducen la hondura, el aliento de ese algo indefinible y atávico que Lorca llamó “duende” y que en su creación se dispara en negras circunvoluciones que salen de las cabezas como gritos; o se arrastra en níveos cauterios y chorreos de blanca cal que cubren o limpian heridas. Pues hay una búsqueda de la inocencia, un ansia de metanoia, de metamorfosis, de transformación, cuyo precio es el dolor; y sus obras son los medios o ritos de que se sirve para ex-conjurar el lado tenebroso de la vida; y- como dice Antón Castro, en su estupendo texto del catálogo- “...sus cuadros son un viaje hacia la luz a través de la oscuridad “.O –como ella entona en la copla de sus versos:–“...algo me rompe las uñas,/ alguien grita: di algo./ Soy muda, no hablo, / desangro tinta negra...”.

El “testimonio” de Lita Cabellut

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