EN RECUERDO DE GANCEDO

Unos meses atrás, tan silenciosamente como había vivido, nos dejaba el pintor Gancedo, sin que nos enterásemos o lo supiésemos muy tarde, por la llamada de su hija. De justicia es rendir homenaje, a este  coruñés de León, que llevaba en la mirada toda la luz radiante de un corazón puro y pintaba sin grandilocuencia, pero maravillosamente, con pincelada beata, es decir con pincelada feliz, no sólo porque sentía el oficio con amor, sino porque cada uno de sus cuadros, especialmente los de paisaje, era una expresión delicada y gozosa del “locus amoenus” de los clásicos, es decir, una versión de lo ellos entendían por lugar feliz.
Pues sí, había un jardín en el corazón de este pintor, un edénico lugar ameno que florecía en  múltiples arcos iris, dibujando ensueños de barcas varadas, de casitas blancas, de pueblecitos de cuento de hadas, de colinas con ermitas, de costas de dorados cantiles y bahías de luminoso azul En una época de tanto desgarro como la nuestra, de tanto “grito”, él pintaba con ternura, con alma franciscana, con lirismo de ojos limpios, las pequeñas grandes cosas que nos rodean cada día: el silencio de un atardecer, el recogimiento de un cementerio con sus altos cipreses, la paz eglógica de un edénico rincón, la calma infinita de un apacible mar, las aves que vuelan en busca del cielo… Dueño de una paleta cromática de variados y bien entonados matices, de un conocimiento casi musical del uso de los colores complementarios, de las armonías y contrastes, su obra tiene el efecto de producir una contemplación gozosa, de transmitir un sosiego íntimo.
Conseguía Gancedo afinar su paleta y graduar su uso del color hasta unos niveles casi etéreos, de modo que sus espacios parecían sumergirse en lejanías de silencio., en seráficas y levitantes latitudes. Por eso lo suyo era más que paisaje, era un sentimiento animista, un participación casi mística con la naturaleza, que se sentía latir verdadera, íntimamente. Ese sentir es imposible fingirlo, es algo profundo, que mana del corazón; así el paisaje se hace alma y el alma se identifica con el paisaje, lo siente fluir en su interior. Gancedo era un poeta del pincel y era además un hombre bueno, al que estimamos por ambas cosas cuando vivía. Compartimos una vez exposición en la memorable trattoría Frattelli, donde en los años 70 nos reuníamos los artistas coruñeses. Hoy queremos dedicarle un merecido recuerdo, reconocerle el lugar que debe ocupar en este duro ámbito donde, para los auténticos y humildes, prima el olvido.

EN RECUERDO DE GANCEDO

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