EL POLIMORFISMO DE GUILLERMO PEDROSA

La obra que Guillermo Pedrosa (Vilagarcía, 1958) expone en la galería Arte Imagen, bajo el título Polimorfismos supone un cambio radical con la que anteriormente le conocíamos, donde primaba lo táctil, lo sensual, partiendo de un determinado modo de azar o, si se quiere de una carga evocadora de los objetos encontrados en las playas del Salnés, conocemos y sentimos este tipo de poética, porque también la practicamos y que, desde Duchamp, se ha convertido en un clásico.
Pero ahora, sin olvidarse de los caprichos de la naturaleza y de sus evocaciones de grietas, honduras, profundidades y de lo contrario: las ondulantes colinas, las cuestas, las alturas, G. Pedrosa ha sometido todo ello a la matemática del cuadrado o, si se quiere del cuadrángulo, pues la regularidad o estatismo de aquel –que sirve de base– se rompe en ángulos abiertos, ya agudos, ya obtusos, que además se salen del plano y avanzan en el aire; a ello se añaden las posiciones en escorzo o diagonal, con lo cual se genera un movimiento triple: vectorial, por un lado, a modo de fugas y en relieve y profundidad.
Así se integran las tres dimensiones del espacio, creando sobre todo ritmos rectos, como aristas, esquinas, rincones, líneas divergentes o convergentes, pero también ritmos curvos que crean ondas, huecos, helicoides y abultamientos; ambos modos rítmicos se combinan ad infinitum, creando ese polimorfismo, al que alude el título.
Los que hemos estudiado estructuralismo sabemos que un número finito de elementos discretos da origen a la multiforme variedad de lo que existe y que nunca se acaba, ni deja de alumbrar nuevas formas; geometría y naturaleza, abstracción y figuración simbólica (en el sentido que le daba nuestro gran pintor José María de Labra) convergen, pues, en esta obra que, pese a su rigor conceptual, no deja de traer evocaciones poéticas; así “Fenda a ningures” habla de las oscuras  e incurables heridas que a veces aparecen en los más puros y limpios anhelos de luz y “Norai dos ocos do pensamento” recuerda naves que sólo atracan en los invisibles puertos del espíritu.
El plano puede ser como una página sobre la que se van escribiendo los desgarros del alma y aunque el autor afirma que “ en su cabeza sólo hay perversiones rectilíneas euclidianas”, una necesidad escondida irrumpe y el regazo, el óvulo, el bucle, el abrazo, el encuentro y demás modos orgánicos hacen aparición. Y además están las texturas graníticas o arenosas, las ferruginosas calidades matéricas y la mítica evocación transformadora de la forja del herrero que convierten el plano en un soporte de hierofanías.

EL POLIMORFISMO DE GUILLERMO PEDROSA

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