La pintura de A. Kieffer

No podemos perdernos la cita con la pintura de Anselm Kieffer, en el MAC, sin duda la propuesta artística más trascendente de este año, no sólo por la potencia plástica y matérica que esta obra encierra, sino –y ante todo– porque en ella está condensada la épica de la humanidad, la idea de los grandes ciclos de las civilizaciones que suelen concluir en catástrofes de magnitudes tan tremendas como las que sacudieron a la Europa del siglo XX. Kieffer nos sitúa ante esa frontera terrible de la devastación, ante esa situación límite donde la luz de la conciencia se ha opacado y la tierra sólo recibe una siembra de semillas negras.
Los maestros cantores, quizá en alusión a la gran tradición musical alemana, pero también simbólicamente a que la voz que esparce el viento ha devenido simiente de dolor. El comisario de la muestra Fernando Castro Flórez afirma que Kieffer hace pintura histórica, pero el propio pintor se encarga de matizar que la historia que él pinta es la que está detrás, la que no se ve, esa memoria solapada de la que somos herederos, querámoslo o no por el hecho de estar aquí ; es una memoria que “viene de lejos y guarda almacenadas experiencias básicas y actitudes reunidas en miles de años”.
No es, pues, cuadros históricos, ni rememoración de hechos puntuales lo que pinta; es algo mucho más profundo, mucho más insondable, que entra ya en el ámbito lejano de la epopeya y en la ambigüedad del mito. De ahí la evocación de las estrellas y de su brillo velado, la constante alusión a los ángeles caídos, ahora convertidos en piedra que hay que volver a levantar, como en el mito de Sísifo. Ante esta sobrecogedora pintura recordamos que “ todo ángel es terrible”, como dice Rilke en “Las Elegías de Duino”

La pintura de A. Kieffer

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