Maruja Mallo, homenajeada

La Real Academia Galega de Belas Artes, tras instituir el Día das Artes Galegas que este año dedicó a Castelao, ha decidido que 2017 sería el año de la pintora Maruja Mallo. Nacida en Viveiro (1902), tuvo una vida larga y apasionante que le permitió entrar en contacto con las grandes personalidades de la cultura y del arte de su tiempo, a la vez que se empapaba del sentimiento de las vanguardias, de aspectos constructivos del cubismo, del surrealismo, de la figuración de Léger o de la magia de Chagall. 
Estudió Bellas Artes en la Escuela de San Fernando de Madrid, donde conoció a Dalí, que le presentó a Lorca, entrando así en el círculo rupturista de la Residencia de Estudiantes, en el que figuraban Alberti, Buñuel, Bergamín, entre otros. Conoce a Ortega y Gasset, quien le propuso exponer en los Salones de la Revista de Occidente, donde en 1928 muestra los trabajos que entonces estaba realizando y que tenían como hilo conductor el colorido del mundo popular: las verbenas, el guiñol, las fiestas campestres...; su obra causa impresión y de ella escriben numerosos poetas, entre ellos Juan Ramón Jiménez y Lorca. 
En 1929 inicia la serie Cloacas y campanarios, en la que utiliza todo tipo de materiales de desecho que encontraba en los arrabales de Madrid, para denunciar –según sus palabras– “la sepultura de basuras que nos rodeaba”; ella lo llama su “momento surrealista” y efectivamente no estaba muy lejos de los presupuestos dada y de la inmersión de las caóticas representaciones de los subterráneos del inconsciente. Sus cuadros de entonces, como “Antro de fósiles” o “Espantapájaros”, presentan espacios terrosos invadidos por desperdicios que Alberti poetizó así: “Tú que bajas a las cloacas donde las flores ya son unos tristes salivazos sin sueños/ y mueres por las alcantarillas.../ dime por qué las lluvias pudren las hojas y las maderas.” 
Con esta tarjeta de presentación, viaja becada a París, en 1931, y expone en la galeria Pierre Loeb, despertando el entusiasmo de André Breton y Paul Eluard. Se integra así en la efervescente atmósfera de las vanguardias, con Torres-García, Chirico, Ernst, Magritte... En 1933 regresa a Madrid y comienza a interesarse por el orden que rige las formas de la naturaleza, de donde nace la serie Arquitecturas. Se dedica a la enseñanza, hace cerámica, viaja con las Misiones Pedagógicas y comienza la serie La religión del trabajo. La Guerra Civil la obliga al exilio a América, empapándose de su luz y su indigenismo. A partir de ahí se sucederán reconocimientos, exposiciones, conferencias y estudios sobre su obra. En 1961 regresa a España, trabajando en Los moradores del vacío y Viajeros del éter, su obra final. En 1982 recibe la Medalla de Oro de Bellas Artes. En 1995 fallece en Madrid.

Maruja Mallo, homenajeada

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