Lugrís Vadillo, en galería Xerión

Hijo del ya legendario pintor y poeta coruñés: Lugrís, Lugrís Vadillo (Vigo 1942) expone en la galería Xerión, una obra marcada por la fascinación del mar, de cuyas azules lejanías tanto pudo respirar siendo oficial de la Marina Mercante. Sin embargo, sus visiones de los años setenta, que todavía recordamos de sus exposiciones en La Marina coruñesa estaban todavía marcadas por el expresionismo de la mancha y los colores verde tierra; poco a poco eso se fue depurando hasta acercarse a las satinadas placideces que ahora constituyen su pintura y hacia un surrealismo de contrapuntos espaciales, en el que puertas, ventanas y pasajes misteriosos se abren hacia un más allá en augusta calma, en serena expectativa. 
Todo lo mórbido e inquietante que había en su primera pintura ha desaparecido para dejar paso a un ensueño de horizontes en calma, de mares sosegados y de orillas expectantes y, si acaso, la inquietud se ha trasladado hacia lo que la misma realidad tiene de inexplicable. Lugrís Vadillo no pone ya ningún coto a su imaginación creadora y, aunque a veces parta de realidades conocidas, las transforma a su gusto; y así, la torre de Hércules puede llenarse de ventanas mágicas, en cada una de las cuales nace un cuadro, igualmente mágico; o bien, un pueblo de reminiscencia griegas se convierte en escenario de sorprendentes apariciones; o un rostro humano puede llevar dentro de sí todo el mar. El detallismo  más minucioso, que dibuja docenas de personajes en miniatura, se combina con los ámbitos vacíos, como si quisiese medir la pequeñez humana con la inmensidad inabarcable. Igualmente, el adentro y el afuera tienen vasos comunicantes y cada estancia interior tiene su pórtico o balcón hacia el infinito. Es un infinito  que, a su vez que habla de mar y abertura, es también una simulación, un cuadro dentro del cuadro y este juego de repeticiones y desplazamiento de lo real no tiene fin, puede multiplicarse a gusto del pintor. Un cuadro muy significativo es uno que representa una menina (ya no velazqueña), en cuyo pecho se abre un cuadro y que aparece erguida en una estancia con paredes llenas de cuadros; aquel juego de las Meninas del cuadro dentro del cuadro deviene así museístico espacio, metalenguaje pictórico que abiertamente afirma: este es mi oficio, esta es mi pasión: pintar y puedo permitirme todas las licencias poéticas. Entre esas licencias, están las musicales: las de los pianos de cola que flotan sobre el mar y se abren llenos de pintura y las de los violonchelos que llevan galeones marinos en las entrañas  o música de mar. Y ahí,  a esos acordes de policromía depurada se entrega el pincel de Lugrís Vadillo,  tal vez movido por su extraordinario padre desde el más allá.
 

Lugrís Vadillo, en galería Xerión

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