Lugrís, Bleken y el atlantismo

“Perdidas extensiones donde el aire/ largamente consulta a las arenas./ Con olas y sin pájaros. Con sólo / una campana rota entre las redes /de la bruma.../Y este es el Puerto de Os. Desde Marsella / a Trondhein, y de Donegal a Riga,/ ¿qué marino no cuenta sus horrores?.../ Por las aguas quietísimas -soturno, / amargo espejo de la muerte- ,cruzan / sin pausa, en lento giro, los espectros/ errantes de los barcos olvidados...”. 
Estos son versos de “La balada del Puerto de Os” de Urbano Lugrís, con los que se abría el número 1 de la revista Atlántida, en 1954; versos visionarios como su pintura, en la que el mar se convierte en escenario de leyenda, por el que viajan –entre luces de Patinir–sirenas aladas, emergen serpientes marinas o navegan islas mágicas  como la mítica de San Brandán. 
Todo el sentimiento liminal del atlantismo, del lejano alén o más allá –sea o no celta– que persistentemente nos llama a los orillados de Mar Tenebroso, vibra poderosamente en todo su imaginario y nos hace viajar hacia las remotas tierras de los hiperbóreos. De esas tierras (hoy quizá ya no tan remotas) y precisamente del Trondheim citado por Lugrís, el pintor Bleken ha traído a Coruña unos fantásticos cuadros  con el legendario tema de la polimórfica Isla de la Muerte, situada en espacios marinos donde también desparecen las cartas náuticas. 
No pudimos sustraernos a relacionar ambos pintores, a ver el paralelismo de fondo que subyace a ambos imaginarios y que, probablemente, tenga su origen en los universales o arquetipos del inconsciente colectivo, del que participamos quienes vivimos en las latitudes atlánticas, si bien las soluciones plásticas de cada uno difieren. 
Bleken es más metafísico, más trágico; Lugrís es más lírico, más mágico; lo es en su pintura, pero en La balada el mar es un “amargo espejo de la muerte”, “una” desesperada soledad, hundida / en un aire de pálidos azogues...” y donde lo único que se escucha es “un cóncavo silencio” que “torna todas las cosas funerales”. Soledad y silencio de peñasco muerto aparece en las variadas versiones de Bleken, que a veces adopta la forma de un negro túmulo funerario como en el cuadro Amanecer. 
Los dos hablan de la muerte, de final, pero Bleken la impone como presencia  y Lugrís como ausencia. Nadie sabe dónde está el Puerto de Os: “Ninguna aguja da su rumbo. /Ningún sextante cazará en los astros/ su longitud y latitud sombrías...”; pero sí hay un lugar, un extraordinario lugar, donde la muerte, sea isla o puerto perdido se transforma en reminiscencia, en poética y patética belleza: en las imágenes del arte y, en esto, tanto el Lugrís de A Coruña, como el Bleken de Trondheim son maestros. “Y este es el Puerto de Os.../ todos dicen de él, mas nadie sabe;/ todos dicen, y nadie lo conoce”.

Lugrís, Bleken y el atlantismo

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