LEIRO O LA ÉPICA DEL DOLOR COMÚN

Francisco Leiro (Cambados, 1957) expone en el Kiosco Alfonso esculturas que hablan de dramas de hoy, pero que, al mismo tiempo, descontextualizadas, son atemporales, por eso deben ir ilustradas con fotos de los hechos: Prestige, Chernobil, 11-S, peste aviar, bombardeo de Gaza, genocidio de Ruanda, guerra de Bosnia… En realidad, es posible hacer dos lecturas paralelas: por un lado, podemos ver la hazaña del trabajo de nuestras gentes que son quienes nos sostienen y, por otro, está la gesta excepcional de las catástrofes recientes, donde una vez más quienes las han soportado y remediado son los hombres del común, esos héroes anónimos que impenitentemente, inconmovibles y sin pausa marchan “Al paso”, llevando sobre sus hombros toda la carga. 
Leiro hace un planteamiento monumental que respira aliento épico, aunque, al contrario que las obras concebidas para tal fin, huye de la grandilocuencia, pues lo que busca es exaltar a categoría de héroe al ser humano corriente: el obrero, el campesino, el bombero, la madre… Por ello, ni las anatomías, ni los gestos, ni el atuendo de sus figuras buscan efectismos laocontianos, sino que revelan un estoicismo muy ibérico y muy galaico; sólo el tamaño, fuera de todo canon de normalidad, habla de desmesura, de exceso, pero únicamente lo hace en las esculturas que se refieren a los hechos terribles en los que el hombre ha tenido que actuar sobrepasando los límites de su propia naturaleza, como Chernobil; entonces, el agrandamiento físico y la complexión vigorosa de los personajes toma el valor simbólico que merece la grandeza moral, es la manera de poner el acento en el trabajo titánico, incluso inhumano, que estos héroes anónimos tuvieron que hacer. 
La proeza de la vida queda exaltada así en su sencillez, del mismo modo que sus actores la viven: sin recursos de magnificencia, pues esta es la mejor virtud del hombre-pueblo, esta es su grandiosa etopeya: que asume el esfuerzo con naturalidad, aunque paga su precio. Ejemplos patéticos, conmovedores son “ Molida” y “Requiem”; en este, contraponiéndolo a la idílica imagen del Angelus de Millet, dos limpiadores de Chernobil esperan la cantada muerte en actitud de rezo. 
En cuanto a “Molida”: una delicada y joven madre, la eterna Mater Dolorosa de todos los sacrificios oferentes, porta sobre su cabeza, con naturalidad sacral, el enorme cuerpo de su hijo masacrado; ni un grito, ni un gesto de desmelenamiento, sólo hierática, firme y dura presencia: mujer del color de la madera, del color de la tierra, con la blanca ofrenda de la carne de su carne. Para expresar el esfuerzo rudo y sin refinamientos de la lucha cotidiana del hombre ordinario y su destino mortal es necesaria una cierta tosquedad, un modo de tallar a lo Leiro, dejando trazas, arañazos, raspaduras….; así revela el “pathos”  incurso en los ritos del vivir, que sus personajes ofician con seriedad, mostrando  lo que Susanne Langer llamó “ simbólica del sentimiento humano.”

LEIRO O LA ÉPICA DEL DOLOR COMÚN

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