LARA PINTOS, EN MONTY4

“Memoria por habitar” es el título de la muestra que la joven pintora coruñesa Lara Pintos, presenta en la galería Monty4, pero que bien podría llevar el epígrafe de “la poética del espacio”, ya que son varias las citas que hace del gran filósofo francés Gaston Bachelard para ilustrar la temática central de su obra que es la casa con sus rincones íntimos. Todos los ámbitos de la nostalgia y de la evocación están presentes en estos rincones que ella pinta, siempre vacíos y casi siempre esquinados como para resaltar, a un tiempo, la ausencia y la necesidad de protección. 
“La casa es, más aún que el paisaje, un estado del alma” –dice Bachelard– y estados del alma es lo que transmiten estos interiores de Lara Pintos, en los que habita una sosegada luz de tonalidades grises que se filtra suavemente a través de ventanales semi-cerrados con persianas, como para impedir que el exterior turbe esa ceremonia de recogimiento en el propio e inalienable mundo. La casa se presenta cercana, como un seno materno, pero, a la vez, frágil y amenazada de entropía, como ocurre en el cuadro en el que representa un interior en ruina. 
Aparece también la idea de inestabilidad, de tránsito, aunque sea de un modo sesgado, en esos escorzados ángulos en los que la memoria busca habitarse. Otras veces son los pasos de fuera los que han quedado silenciados ante una puerta cerrada o sobrecogedoramente detenidos frente a la luz ambarina que sale del portalón semiabierto de un zaguán. 
Desnudez es otro de los conceptos que podríamos aplicar a estas arquitecturas, en las que prima la sobriedad y donde los objetos aparecen raramente y, cuando lo hacen, es para acentuar el ritual de relación entre habitante ausente y espacio; por eso, también ellos se colocan fragmentados, esquinados: un trozo de sofá, de aparador o de mesa, algún cuadro, una silla solitaria... que no desvelan de su dueño, si no la cotidianeidad de la vida, el aurea mediocritas de que hablaba Horacio. 
Todo ocurre dentro de esos parámetros de lo gris, pero precisamente por ello lleva una carga de emoción contenida, de drama controlado, de espera; al fondo, quizá, de un pasillo o en el rellano de una escalera, aguarda una sorpresa, lo inesperado, pero lo que sí siempre ha estado ahí es el latir del corazón, la cartografía invisible de lo que sucede a diario, la huella indeleble de lo humano.

LARA PINTOS, EN MONTY4

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