David Arteagoitia, en la Fundación CIEC

David Arteagoitia (Bilbao, 1980), profesor de Técnicas Gráficas y Director del Departamento de Dibujo de la Universidad del País Vasco, trae al Centro de la Estampa Contemporánea (CIEC) de Betanzos una muestra de sus últimas investigaciones en el campo del grabado, bajo el sugerente título de Kresala (que significa Salitre, en vasco), lo cual ya viene a significar la relación que busca establecer entre las aleatorias y caprichosas configuraciones de la naturaleza y las posibilidades formales de la obra gráfica, cuando se plantea desde una experimentación abierta a las sorpresas. Ya en su anterior muestra de 2016 jugaba con texturas y contrastes que acercaban sus grabados a las calidades pictóricas. 
David Arteagoitia prescinde de otras posibilidades gráficas, como la línea, para centrarse aquí en la mancha, de modo que toda esta obra está construida, prácticamente, por escurridizas mareas de negro que consigue sometiendo el barniz todavía fresco de la plancha de aguafuerte a un proceso que llama marmoleado; merced a ello, esta matriz deviene en un campo de sugerentes masas, que, estampadas en claroscuro, evocan oleajes, mareas, bajamares, islas perdidas, perfiles oceánicos de continentes en erosión o rocosas y liminales costas a las que el agua va persistente y tercamente desgastando. De ahí el título de Salitre, al que el Kresala vasco añade un matiz onomatopéyico de percusión y golpeteo corrosivo que, como el cincel del escultor, va desbastando la dura piedra. 
Utiliza, pues, el agua marina y sus insistentes tropismos como símbolo de la inevitable acción destructora del tiempo, a la que todo está sometido, pero que ,a la vez que mata, alumbra formas nuevas y sorprendentes de geometría fractal. 
Mas el campo de las sugerencias no se agota en lo terreno, estas estampas también nos traen evocaciones de plúmbeas y pasajeras nubes, incluso de misteriosas y flotantes galaxias. A veces, como para hablar de las ilusiones de la visión, interpone una veladura o plano tranparente, a modo de cristal ambarino que ilumina selectivamente un fragmento de esa realidad, dándole un nuevo ser. 
El juego de lo finito y de las infinitas posibilidades combinatorias está servido; basta con que el cristal transparente sea rojo o gris para que la percepción sea otra. Hay pues ,en su trabajo, toda una reflexión implícita sobre la teoría de la imagen y sobre los medios puramente plásticos de construirla que, de algún modo, se emparentan con la teoría de la gestalt de que el ojo reconstruye formas reconocibles allí donde sólo se le ofrecen fragmentos. 
También Leonardo da Vinci, en su Tratado de la pintura, aconsejaba fijarse en las formas de las nubes y en las manchas de la humedad en la pared para extraer imágenes plásticas Y uno de los representantes del tachismo Wols afirmaba:”Un artista debe mirar más allá de lo que se manifiesta a sus ojos”. De esas insinuaciones y emociones, en espontáneo y perpetuo movimiento configurador, de esos abiertos y blancos espacios de salitre y oscuras aguas nace esta obra.

David Arteagoitia, en la Fundación CIEC

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