Alfredo y Arturo Souto en La Marina

La galería de arte La Marina-José Lorenzo, especializada en recuperar a los grandes de la plástica gallega, ofrece, en esta ocasión, una muestra singular, en la que por primera vez el pintor Alfredo Souto ( A Coruña, 1862) aparece al lado de su hijo Arturo Souto (Pontevedra, 1902).. Estamos ante dos grandes pintores, aunque la palma del éxito y del reconocimiento se la  haya llevado Arturo, tal vez por haber vivido en la época de las vanguardias y haber podido internacionalizarse, con estancias en Paris, en Roma, en Méjico y Nueva York; en tanto que el peregrinaje de Alfredo, que fue continuo, dada su condición de Magistrado, no pasó de España. 
Por otro lado, la pintura de Alfredo bebe del realismo finisecular, de un cierto costumbrismo y del amor al paisaje, en el que revela una exquisito sentir y un lirismo que sólo puede ser de raíz gallega, pero no se arriesga a experimentaciones. Ajeno a modas e influjos, si se exceptúa el de la Escuela de Barbizón francesa, a la que admiraba, sus obras y especialmente los emboscados árboles de añosos troncos, algunos de los cuales están presentes en la exposición, descubren una refinada sensibilidad y una justeza de armoniosos acordes en el matiz y la entonación. E cuanto a Arturo, que se inició en la pintura con su padre, al que –según confiesa– le encantaba ver pintar  porque le parecía un mago, busca su propio camino y a los 20 años se marcha a Madrid, donde se nutre de los maestros de El Prado. Luego vendrá Paris, lo que le permite empaparse de los maestros del impresionismo y de las vanguardias, y pinta sus calles con luminosas y cálidas  luces, como en el paisaje de las orillas del Sena, presente en la muestra..Su estancia en Roma le acerca a la pintura metafísica de Giorgio de Chirico y, a partir de los años 30 crece en él la tendencia al expresionismo, con pinceladas que se espesan y atmósferas solanescas. La Guerra civil española puso acentos dramáticos y goyescos en su obra, lo que se hace patético en el cuadro” Fusilados”, que también se expone. El exilio en Méjico acentúa la exuberancia del color y la densidad de la materia, como si quisiese  revelar “ la carne arcillosa de los hombres de la tierra”, según dijo de su pintura nada menos que Tristán Tzara . En 1962 regresa a España, a la temática popular gallega y a una paleta más sobria, aunque por poco tiempo, pues fallece en 1964 
  Podemos afirmar que en ambos pintores se siente palpitar el alma de Galicia, pero Alfredo nos la devuelve desde un lirismo bucólico, apacible y encantado y Arturo, sin estar ajeno a él, sobre todo en las obras de su primera época, pudo sentir, –como Valle- Inclán–, ese otro lado que tiene la vida: el de la esperpéntica comedia humana. Así que la muestra no sólo enfrenta a padre e hijo, sino la doble faz de nuestro sentir como gallegos, que es así desde las mismas cantigas de amigo y las de escarnio y maldicer.

Alfredo y Arturo Souto en La Marina

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