El odio ante un torero muerto

Se han puesto en el pecho las medallas de la bondad universal y el progresismo planetario, y de la boca no se les cae la palabra tolerancia, pero ha muerto un humilde torero en la plaza de Teruel, Víctor Barrio, de Sepúlveda, donde deja una viuda y dos hijos, y esos que se han autolevado a los altares propagandísticos de la ética, la virtud y la moralidad, para quienes el resto reptamos en la categoría subhumana de “indecentes”, se han lanzado sobre su cadáver, sobre su dignidad como ser humano, con un odio tan terrible que ni siquiera donde pastan a sus anchas, las redes sociales, han permanecido indiferentes ante esa explosión de pus. Ha sido algo tan repulsivo, tan carente de humanidad que no puede permanecer impune. Porque lo firmado por algunos es un delito de odio, de esos que ellos se pasan la vida denunciando en cuanto alguien no suscribe su pensamiento totalitario.
No faltó a la cita sino que el “podemita” Hasel, el componente del aquel coro histórico con Iglesias y Errejón, ese presunto autor, en realidad un proetarra condenado a dos años de cárcel por apología del terrorismo, de letras donde se pedían tiros en la nuca para peperos y socialistas. El domingo se descolgó saludando la muerte de un ser humano con jolgorio y señalando que de repetirse ese resultado en las plazas de toros comenzaría a acudir a ellas con frecuencia. Y de parecida guisa fueron otros tuit firmados por quienes se consideran dechados de virtudes, maravillosos y pacíficos seres, defensores de los animales, pero cuya carencia de respeto por la vida humana resulta estremecedora.
La cima de la infamia la conquistó un individuo, de nombre Vincent Belenguer Santos, quien escribió esta vomitiva brutalidad que por su grado de vesania considero didáctico reproducir como ejemplo, pues este es el clima de odio que se expande: “Muere un tal Víctor Barrio de profesión asesino de toros en Teruel (en su casa le conocerán a la hora de la siesta) yo que soy un ciudadano muy ‘educado’ hasta el punto de ser maestro me alegro mucho de su muerte, lo único que lamento es que de la misma cornada no hayan muerto los hijos de puta que lo engendraron y toda su parentela, esto que digo lo ratifico en cualquier lugar o juicio. Hoy es un día alegre para la humanidad. Bailaremos sobre sus tumbas y nos mearemos en las coronas de flores que te pongan ¡¡Cabrón!!”.
Las exclamaciones son suyas, como lo es el procaz insulto a sus padres y familia. Estremece pero ilustra. Es un pestilente regüeldo de un individuo. Sí. Pero el eructo es el reflejo de lo que se lleva cociendo en el estómago de nuestra sociedad. Un grano cada vez más enconado y enorme de pus y odio. Crece y crece y no nos atrevemos ya no a sajarlo sino siquiera a señalar su existencia. Puede reventarnos.

El odio ante un torero muerto

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