Liberticidas

El problema de los que ahora se autoproclaman con grandes alharacas antifascistas es que ni saben lo que es fascismo, ni dictadura. Jamás los sufrieron ni combatieron. Pero no es eso lo peor, el problema es que tampoco saben lo que es democracia. Y el mal es aún mayor: tampoco conocen lo que significa libertad. La democracia se sustenta en dos pilares. Los derechos, de todos, de expresión, reunión, manifestación y asociación y el voto soberano como hecho esencial del que emanan representación y poder. Su piedra angular es la libertad. La libertad de todos y de cada cual y sus derechos que acaban donde comienzan las libertades y los derechos de los demás.

Los que ahora suponiéndose la quintaesencia del progresismo y la izquierda están poniendo en marcha es en los hechos una violación de esos principios: los de la democracia y los de la libertad. Lo es por lo que importa. Por sus hechos. Porque cada cual puede adornarse con los más lisonjeros calificativos. Pero si existen hoy en España sarpullidos totalitarios, liberticidas y antidemocráticos no son otros, en su mayoría, que los suyos. Vamos, que utilizando su más repetida expresión, los fascistas son ellos. Exactamente quienes berrean de continuo la palabra como insulto y sentencia inapelable contra los demás. Los ataques a quienes quieren exponer sus ideas es un elemental acto asociado a los regímenes dictatoriales y opresores, se llamen estos franquistas, fascistas, nazis, comunistas, maoistas, chavistas o de Pol-Pot.

El paso siguiente es el que estamos comenzando a vivir. El que, da igual con qué color de camisa, conduce a no reconocer el voto ni la urna ni el resultado de la votación. Su presunta razón: el pueblo son solo ellos y como mucho quienes ellos digan que lo son. El resto no somos depositarios de derecho alguno, ni lo tenemos a la libertad, ni a expresarnos ni a votar. No somos personas. Somos escoria sobre la que cabe que la mordaza, el golpe y la extirpación de toda dignidad.

Lo que se ha empezado a vislumbrar en Andalucía es eso. Comenzó la noche electoral cuando los enfurecidos perdedores, tras perder 700.000 votos y 17 escaños, mugían contra la quienes habían conseguido la victoria, hoy consolidada de 59 a 50 asientos en el Parlamento. Ahora, el día que esos representantes electos van a votar al presidente han convocado a una nueva embestida contra la democracia. Algo que un Estado de derecho no puede ser tolerado jamás. Pero es que resulta que el Gobierno, el partido que lo sustenta, el PSOE, se está uniendo a esa deriva y fleta autobuses para aumentar ese ataque contra las urnas, al voto, a la democracia y a la libertad.

En esa espiral hemos entrado. Ha entrado la extrema izquierda que solo quiere llamar extrema a su costado contrario y ha entrado y hace mucho, el secesionismo, su aliado histórico. Los asesinos etarras fueron, como sufrieron en sus vidas cerca de 900 personas a quienes arrebataron el más sagrado derecho, el de la vida, aún más allá. Ahora sus sucesores políticos y orgánicos se abrazan con los anteriores y pretenden decir que las víctimas son ellos porque los asesinos están en las cárceles. Pero lo que ya adquiere la mayor gravedad es que el todos ellos y haya puesto a España entera a su merced.

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