Feminismo sí, hembrismo no

La lucha por la igualdad de la mujer es la más trascendental y exitosa de las aportaciones de los últimos siglos a la historia y del avance de la humanidad. Lo es, y por desgracia hay que acotarlo, esencialmente en países democráticos y, aunque les suene mal a sus habitantes, que viven en los parámetros del capitalismo matizado por los poderes públicos y las correcciones impositivas. En otras culturas y sociedades, particularmente las que están sometidas a la consideración religiosa como parámetro esencial por encima del hombre y sus leyes, las teocracias musulmanas como máximo exponente, la situación no solo no progresa sino que se ha virado en las últimas décadas a la tiniebla medieval.

En España en cambio ha sido impresionante. Desde el final de la dictadura hasta aquí la transformación no tiene parangón. La igualdad quedo expresada, definida y aquilatada de la manera más rotunda y clara en el artículo 14 de la Constitución, ese que Carmen Calvo no ha leído y que proclama: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social. Igualdad es la exacta y firme palabra”
Igualdad es lo contrario a discriminación, y así lo constata. Los apellidos y calificativos que se aplican solo son trampas y falacias para ocultar la ruptura del principio esencial. No hay discriminación “positiva” que valga. Discriminación es discriminación. No cabe presunta inferioridad pero tampoco supuesta superioridad, ni privilegios ni penas añadidas en función de una adscripción una otra.

El feminismo en su acepción de la Real Academia Española define el concepto como lucha por la igualdad. Y en esa acepción no ha de existir sino respeto, apoyo y acción, pues a pesar de un avance de milenios en tan solo unos cientos de años en el caso de la mujer queda por superar y conseguir todavía innumerables metas y situaciones tanto en las sociedades avanzadas e igualitarias cuanto más en esos millones de mujeres que sufren el más profundo sometimiento por el hecho de serlo.

Pero resulta que es en los países donde se ha acelerado en pro de la igualdad, donde esos derechos se equiparan y se restañan las fallas que aún existen, donde aparece una degeneración, porque lo es, del propio movimiento que tiene a dos cosas alucinantes: el ataque frontal y la rabia contra esa misma sociedad que es la que ha propiciado, transformado. O sea el odio al sistema que ha hecho posible la libertad y la igualdad. Y ligado a eso, pasar a la elaboración de una doctrina extrema, el panfleto delirante del 8M sin ir más lejos, y desquiciada donde el hombre, por el hecho de serlo, se convierte en un ser criminal. 

Porque esa criminalización y ese odio es cada vez más palpable en los cada vez más delirantes planteamientos de parte del sector, que se han apoderado del discurso general. Y eso ya no es feminismo. Eso ya es hembrismo. Y ello ya lo equipara a lo que presuntamente combate, el machismo. Y por esa vía, por la del odio al otro sexo, el de la discriminación y la pretensión de superioridades y privilegios ya no es una causa ni justa, ni de todos ni de las mujeres en general. Es una degradación de la misma, a la que hay que plantar cara, razón, derechos universales, igualdad y Constitución.

Feminismo sí, hembrismo no

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