El fascismo “antifascista”

La periodista Oriana Fallaci, cuya clarividencia le costó tantos disgustos por adelantarse a lo que venía y por llamar a las cosas por su nombre, dijo que había dos tipos de fascistas: los fascistas y los antifascistas. Oriana era italiana. O sea, que de fascismo sabía. Nosotros también. Lo que está sucediendo es España es más preocupante que lo que puedan deparar las urnas, va más allá de un resultado electoral. Lo que está cada vez más puesto en peligro y al borde de arrumabarse es la esencia de la democracia. Y quienes la están perpetrando en estos momentos son quienes para camuflar su voladura se autoproclaman como antifascistas.

Tales “antifascistas” resultan ser quienes impiden el ejercicio de la libertad, quienes atacan a la gentes cuando estas pretenden expresarse, reunirse, convencer a los demás de sus propuestas. Son quienes atacan un puesto electoral, agreden a quienes pretenden acudir a un mitin, acorralan y zarandean a una candidata o cargan contra una procesión católica e insultan a quienes en ella participan.

En muchos casos los agresores son quienes no solo no han condenado jamás los asesinatos de ETA. Otras veces los presuntos “antifascistas” son los más fanáticos separatistas que niegan la condición ciudadana en sus terriotrios y los derechos constitucionales a quienes osan no compartir sus postulados. Y entienden, tanto unos como otros, que es su “derecho” el poder amenazar, insultar, agredir, imponer y machacar cualquier otro derecho que los demás pretendan ejercer. Derechos esenciales de la democracia: el de expresión, reunión y manifestación, que entienden son privativos y exclusivos de ellos.

Todos los demás son, y esa es la sentencia que los degrada a la categoría de sub-personas, fascistas y, por tanto, carentes de ellos. Llevamos cierto tiempo asistiendo a tales acciones, que fueron incluso defendidas con énfasis por Podemos cuando eran ellos quienes las practicaban como el propio Iglesias contra Rosa Díaz. Para disimular les llamaban escraches. Eran y son coacciones y violencia. Ahora hacen pucheros de condena cuando alguna de estos hechos ya resulta repulsivo para todo aquel que sea en verdad un demócrata.

Pero a los señalados ha venido a unirse un elemento que no parecía posible que sucediera. El Gobierno, su presidente y el PSOE permanecen silentes y en ocasiones hasta parecen justificar tales conductas. E inactivos. Y en Valladolid han dado un paso más que produce escalofríos. Al frente de los insultos a los cofrades de una procesión religiosa, algo que puede calificarse de delito de odio y que como tal lo calificarían ellos mismos si se tratara de una fe diferente a la cristiana, resultaba estar un concejal socialista. ¿No va a haber sanción alguna?

No puede haber en esto equidistancia y hay que señalar quienes están siendo los agresores y quienes los agredidos. Estos últimos, en la campaña, son siempre los mismos: de Vox, Cs y PP cuyo derecho a expresarse está siendo conculcado y con él, los principios esenciales de la democracia. Los agresores también son reconocibles, por mucho que se ecapuchen o camuflen y es deber de las Fuerzas de Seguridad del Estado y de la Justicia que sean detenidos y procesados. No hacerlo hoy puede ser el germen de un mañana que da miedo.

El fascismo “antifascista”

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