Pablo Casado se la juega

después de escuchar la tibia defensa que Pablo Casado hizo de la exsecretaria general del PP, me ratifico. Cospedal le ha roto la cintura, después de haber contribuido a su lanzamiento en las primarias. Ese apoyo inspira tanto al presidente del Gobierno como al propio Casado, en su duro intercambio de pedradas dialécticas por cuenta de las escuchas coleccionadas por el excomisario Villarejo.
El miércoles, en la sesión de control al Gobierno, Sánchez le preguntó por los favores que le debía a Cospedal. Y fue este jueves, en Huelva, donde Casado le respondió sin que lo pareciera. Recordó que a él lo eligieron los afiliados. Ergo, no debe el cargo a nadie. Por eso no tiene miedo a eventuales consecuencias de unos audios que le son ajenos y, en tanto afecten a alguien de su partido, sería de aplicación su código ético como líder del PP: “Ejemplaridad, transparencia y rendición de cuentas”.
Mensaje destinado a quienes sostenemos que su compromiso regenerador quedará en entredicho si Cospedal se mantiene en su escaño. Casado advierte de que en el PP todos están obligados a aceptar ese código. Pero al tiempo utiliza argumentos muy pobres para salir al paso del caso Cospedal.
El principal de esos argumentos es que Cospedal no ha mentido, a diferencia de la ministra Delgado, también captada por los micros de Villarejo. Pero todo el mundo sabe que Cospedal no mintió porque no tuvo la opción de mentir. Su voz la delataba. ¿Cómo iba a negarla? Tampoco mostró intención de decir la verdad, pues en un primer momento solo habló de unas conversaciones de Villarejo con “un particular”. Luego supimos que también ella habló con Villarejo, y en la sede del PP, sobre asuntos de corrupción que le afectaban.
El otro argumento de Casado no es menos insidioso. Dice que Villarejo formaba parte de una estructura montada en tiempos de gobiernos socialistas y desarticulada en tiempo de gobiernos del PP. Como si la condición de habitante de las cloacas, chantajista profesional o policía prevaricador que define al personaje fuera un producto inconfesable del gobierno de turno.
A estas alturas ya sabemos cómo funcionaba este coleccionista de trapos sucios que se ha vendido al mejor postor dentro y fuera de las esferas oficiales. Una conducta prevaricadora que, en un momento determinado, quiso ser aprovechada por la secretaria general de un partido en apuros. Todo eso nos remite a supuestos descritos en el Código Penal.

Pablo Casado se la juega

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