Los números no salen

Por raro que parezca, en estos momentos el bloque secesionista no está en condiciones de obtener la presidencia de la Generalitat por las buenas. Y la culpa no es de Mariano Rajoy, ni del juez Llerena, ni del Estado represor, ni del franquismo enquistado en la Constitución. La matemática no engaña. La culpa es de los cuatro votos insurgentes de la CUP y los dos decomisados por el Tribunal Supremo con sus titulares en busca y captura, uno en Berlín, otro en Bruselas.
Salvo Carles Puigdemont, los demás aspirantes son calificados de “autonomistas” por la CUP, que no se apea de su insobornable apego a la desobediencia y la unilateralidad como precursores de la república independiente de Cataluña. En cuanto a los dos escaños itinerantes, el ex president y Comín no tienen la menor intención de renunciar a ellos.
Está claro que si no hay transversalidad ni cambios en las ideas de la CUP y los dos diputados errantes, la suma de votos de ERC y JxCat (64, ni uno mas ni uno menos) sería insuficiente para elegir a un candidato de una u otra de esas listas. Con cargas judiciales o sin ellas. Ni en primera votación ni en segunda votación de una eventual sesión de investidura que pudiera convocarse antes del 22 de mayo, fecha tope para la fumata blanca, so pena de ir a nuevas elecciones el 15 de julio.
La aritmética rompe los planes de Puigdemont y sus costaleros. Eso explicaría que, después de haber envenenado la convivencia entre los catalanes, ahora se sientan más cómodos en la confusión que en la vuelta a la normalidad, en la rauxa que en el seny, en el 155 que en el autogobierno.
Lo que está claro es que no les urge buscar un candidato “viable”. El expresident dijo el otro día en TV3 que no descarta la vuelta a las urnas, aunque asegura que no lo desea. Ambiguas palabras que no disimulan su intención de aprovechar el plazo disponible hasta el 22 de mayo. Por un lado, para reafirmar su caudillaje en el bloque independentista. Por otro, para avanzar en lo que llama “internacionalización del conflicto”.
O sea, hacer indiscutible su caudillaje y desgastar la imagen de España en Europa. Sin apearse de las mentiras tantas veces repetidas que suenan a verdad en opiniones públicas de nuestros socios. Sobre todo en sectores donde lo guay es denostar el stablishment y solidarizarse con el que sabe hacerse la victima. Por eso triunfa el embuste de que Puigdemont y compañeros de viaje son exiliados, que aquí se encarcela por ideas y que no se deja a los catalanes votar sobre su futuro.
Un discurso tramposo que ignora deliberadamente las reglas del juego de un Estado legítimamente constituido. Y al ignorarlas encuentra en el victimismo su herramienta para mantener viva la causa secesionista. Consignas de fácil penetración en sectores europeos con tendencia a simpatizar con el nacionalismo catalán, como si fuera la parte débil del conflicto.

Los números no salen

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